Cuatro hechos: un antiguo empresario del sector energético, casi en los 80 años de edad, es atracado en plena centro de Madrid. Dos jóvenes le empujan, le arrojan al suelo y le arrebatan al reloj mientras intentan quitarle la cartera y el móvil… que no consiguieron.

Otro sucedido: seis menores extranjeros, de apariencia magrebí, residentes en un centro de acogida madrileño, que antes era albergue, rodean a una joven e intentan quitarle el bolso. La chica se defiende y consigue que acudan en su ayuda varios vecinos. Abandonan su presa, no sin antes lanzar unas cuantas pedradas a los defensores.

En ninguno de los dos casos hubo denuncia -¿para qué?- por lo que no figurará en las estadísticas de seguridad ciudadana.

Sí, los menas representan un peligro de seguridad. Quizás no podía ser de otra forma, pero lo son

Tercer caso: recinto ferial. Un extranjero, al que todo el mundo identifica como proveniente de la Europa del este, no menor, se lo aseguro, alto como un castillo, que lleva viviendo en uno de los barracones feriales desde hace meses, la emprende a pedradas, luego a golpes con un matrimonio que paseaba… respetando las franjas horarias que conste. El hombre se enfrenta a él para proteger a su mujer y acaba con lesiones, producto de patadas y puñetazos. La víctimas sí acuden a comisaría donde les exigen que vayan a un médico para que les expida un parte de lesiones o la denuncia no servirá para nada. Al parecer, como tantos otros, el hombre lleva meses en la calle y se está demenciando. Como no tiene nada que hacer se dedica a atacar a los que pasan por sus ‘propiedades’. Como diría el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, la propiedad privada, está al servicio del interés general, es decir, a su servicio. ¿Y la pública? También.

Y ahora nos enteramos que el ex alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano también ha sido atracado en plena calle. Lógico, ya no lleva escolta.

Son hechos ciertos, incluida la relación entre inmigración ilegal y delincuencia. Supongo que no podía ser de otra forma, Y supongo también que a esos menas habrá que ayudarles.

La solución no es cerrar las fronteras pero tampoco ser idiotas

Otrosí. La solución no está en cerrar las fronteras pero tampoco en ser idiotas. Porque en un país en el que contar la verdad -también la verdad de que la gente está alarmada por una delincuencia creciente que no figura en las estadísticas- y en el que a la víctima se le pone difícil al verdugo y fácil a la hora de restablecer la justicia, mal podremos solucionar la inseguridad creciente.

Y ojo, es la delincuencia menuda la que provoca más alarma social porque Juan Español no suele enfrentarse a narcotraficantes armados hasta los dientes. Ahora bien, si la sociedad se ata las manos para que no le llamen racista, negando la realidad y tragándose el sapo, el problema es que ni solucionaremos el problema de la seguridad ni tampoco estaremos ayudando a quien lo necesita.

La delincuencia está creciendo en España y, a título de opinión personal, esta injusticia creciente y silente, parece provenir de ese caos podemita que con tanta eficacia esparce a su alrededor don Pablo Iglesias, un bolivariano como la copa de un pino. El mejor ejemplo lo vivimos con el okupa de Badalona aferrado al balcón de la vivienda usurpada y amenazando con tirarse al vacío. Mientras la gente -el pueblo, don Pablo- gritaba desde abajo; “Pues tírate… sinvergüenza”. Seguro que votaba a Podemos y seguro que los que apostaban por la policía -cuatro agentes se necesitaron para sacarle del piso ‘okupado’- eran los fascistas de siempre.

Es la viva imagen del caos podemita.