No lo he dicho yo, lo ha dicho el Papa Francisco: No vivimos una etapa de cambios, vivimos un cambio de etapa. No está mal para las vísperas de Navidad.

Oiga, ¿y ese fin de ciclo es el fin del mundo? No, desde luego, pero podría tratarse de la Gran Tribulación... en la que creo ya estamos. Y, considerando lo que confiesa a sus visitantes de confianza, el Papa Francisco piensa lo mismo, cuando expresa a sus próximos que “el diablo anda suelto por el Vaticano”.

Es cierto: “no vivimos una etapa de cambios, vivimos un cambio de etapa”, un fin de ciclo. La verdad es que no hace falta ser un místico para palpar que el mundo no está loco: está histérico, desesperado… y la desesperación es mucho peor que la locura.

Intelectualmente, esa nueva etapa supone salir del gran cambio que hemos experimentado durante la primera quinta parte del siglo XX: el terrible paso desde el relativismo a la blasfemia contra el Espíritu Santo. El relativismo consistía en confundir el mal con el bien, la mentira con la verdad y la fealdad con la belleza. Al final, el relativista se convierte en esclavo de sus caprichos, dado que el bien es inalcanzable y la verdad irreconocible.

Ahora bien, la blasfemia contra el Espíritu Santo supone un paso mucho más peligroso: consiste en confundir el bien con el mal, en llamar Dios al demonio y demonio a dios, como en el pasaje evangélico.

Seguramente, la gran Tribulación será para mejor: el hombre es señor de la historia, pero necesita que le duela el amor

Y claro, esa inversión de valores lo destroza todo, no hay forma de escapar a su carácter corrosivo, dado que no hay lugar para el arrepentimiento, por tanto, para el perdón; por tanto, para la justicia, por tanto, para la paz. Recuerden: no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón, no hay perdón sin arrepentimiento.

Ejemplo típico y tópico: del siglo XX al XXI hemos pasado de la despenalización del aborto (se consideraba el aborto algo malo pero no se podía meter en la cárcel a la mujer que abortaba)- al 'derecho al aborto’, donde asesinar a tu propio hijo en tus propias entrañas, no es algo despenalizable sino canonizable: nada menos que un “derecho”. Esto es la blasfemia contra el Espíritu Santo, el pecado que no se perdonará ni este mundo ni en el venidero.

Creo que ese es el cambio de etapa del que habla el Papa Francisco, una nueva etapa que conduce, no a la locura, sino a la desesperación. Porque recuerden: ese es el pecado que no se perdonará ni en este mundo ni en el venidero.

¿Pero estamos en el Fin del mundo? No, estamos en la Gran tribulación, previa -estoy convencido- a un mundo mejor. Los místicos califican a esa etapa como la de la nueva Jerusalén. Pero la transición puede resultar dura. De nosotros depende.

No olvidemos que Cristo ha creado hombres libres y que, por tanto, el hombre, no el destino, ni el demiurgo universal, es señor de la historia. Todo depende de él.