Es ya una tradición el desprecio (a veces disimulado y otras no) del mundo anglosajón por la capacidad de generar riqueza y de gestionar la economía de los países hispanos. No pocas veces denuncian la supuesta corrupción y/o ineficacia que -ellos dicen-  existe en los países hispanos. 

Pues bien: según un trabajo del Consorcio de Periodistas de Investigación (ICIJ) en el que participa El País, Baker McKenzie, el mayor bufete de EEUU, formado por una docena de despachos estadounidenses y británicos -es decir, anglosajones- se dedica a canalizar fortunas a paraísos fiscales. 

Según esta investigación, Baker McKenzie ha ayudado a las multinacionales y a los millonarios a evadir impuestos y a evitar el escrutinio, mediante sociedades instrumentales, fideicomisos y complejas estructuras en paraísos fiscales. Estos instrumentos, envueltos en el secreto, albergan enormes riquezas: casas, yates, acciones y dinero que, en ocasiones, tienen un origen turbio.

“Somos veraces y transparentes”, afirma el bufete en su código de conducta empresarial.“ No hacemos negocios con personajes de mala reputación”. Pero detrás de estas declaraciones se esconde una realidad evidente: Baker McKenzie es arquitecto y pilar de la economía sumergida -a menudo llamada offshore-, que beneficia a los ricos a costa de las arcas de los países y del bolsillo de los ciudadanos de a pie.

El gigante tecnológico Apple, el fabricante de rifles Kaláshnikov o un asesor del primer ministro de Malasia figuran entre los clientes que pidieron servicios de ese tipo a McKenzie. 

Y detrás de todo esto está el puritanismo anglosajón, que consiste en igualar pecado y delito. Hacer paralegal una práctica, aunque sea inmoral. 

Y, ¡qué casualidad! todos los paraísos fiscales son anglosajones…