Entiéndase por rico todo aquel que tiene más de 500.000 euros en activos, por ejemplo, en dinero contante y sonante. Pues resulta que, a pesar de las crisis económicas, cada vez hay más ricos en el mundo y cada vez son más los que no saben qué hacer con su dinero. Una inquietud que aumenta en periodos como el actual, en los que la elevada inflación acelera la pérdida de valor de esa riqueza.

En otras palabras, estamos ante el caldo de cultivo ideal de la banca privada, un negocio que las grandes entidades españolas han retomado con fuerza. Lógico, porque el cliente de banca privada ofrece muchas más posibilidades que uno de banca doméstica.

Ahora bien, no es lo mismo hacer banca privada que doméstica. Para empezar, el rico necesita un asesor, pero no le sirve que sea telemático o a distancia, tiene que ser presencial. Para hacer banca doméstica, es decir, para servir de medio de pagos del país, a la postre, el servicio social que realiza la banca, bastan los medios digitales, los cajeros y, para los más analógicos, oficinas con un horario de caja más o menos amplio.

El problema surge cuando un gran banco intenta hacer banca privada. Efectivamente, el Santander es el número uno del ranking de este negocio en nuestro país, pero su atención al cliente deja mucho que desear, igual que la del BBVA. El cliente rico del Santander o el BBVA no recibe ese trato diferencial que busca y sus inversiones, por lo general, acaban en fondos de inversión estándar. Son, en definitiva, uno más de otros miles de clientes ricos.

No, el que tiene medio millón de euros o más en activos necesita un trato personal y presencial que no ofrecen las grandes entidades de banca doméstica, pero sí las entidades especializadas en banca privada que son, en la mayoría de los casos, ni muy grandes ni muy pequeñas.

Porque si el de gran tamaño tiende a masificar el trato y los productos, los chiringuitos financieros, por muy acertados que sean sus inversiones, no ofrecen la confianza que sí da un banco regulado y supervisado por el Banco de España, aunque a la hora de la verdad las inversiones de estos tampoco resulten exitosas.

Esa es la banca del futuro: ni muy grande ni muy pequeña. Los primeros, además, tienen un ojo puesto en los neobancos, capaces de hacer lo mismo que ellos, incluida la concesión de préstamos e hipotecas, pero a un precio menor. Los segundos no ofrecen confianza, requisito indispensable para los ricos.