El lunes 11 Pedro Sánchez se levantó con mal palpito, producto de la desesperante derrota -que no victoria- del domingo electoral, del 10-N.

Las sospechas de los últimas días, acentuadas en la triste noche electoral, había fraguado: ahora sabía que la Operación Borrell estaba en marcha y que Felipe González y la vieja guardia del PSOE -esa que le detesta- se había puesto en marcha.

Pero lo más grave, lo que más perturbaba a Sánchez, era la ‘traición’ de José Luis Ábalos y de Carmen Calvo, dos de sus tres apoyos (enfrentados entre sí, que conste) hasta ese momento de una fidelidad perruna.

Por ahora, SM Felipe VI no se ha atrevido a dar el paso de nominar a Borrell para pactar con el PP un pacto constitucionalista. Y eso que se está jugando la Monarquía

Calvo, porque lo de Nadia Calviño como vicepresidenta económica no lo traga. Ábalos, porque una cosa es lo que el valenciano diga en público y otra su consciencia de que, en seis meses, Sánchez se ha dejado 750.000 votos y que su figura de trilero empieza a ser patente para más españoles de lo aconsejable.

Por eso, cuando Felipe González lanza la 'Operación Borrell', Ábalos y Calvo se quedan a la espera de acontecimientos.

Pero no así el mercenario Iván Redondo, curiosamente el mayor enemigo de Podemos y partidario, desde la llegada a Moncloa, de un pacto presentable en Europa, sea con Ciudadanos o luego con el PP.

Pero Redondo es ante todo, un asesor para el poder… de quien sea. Su frase favorita es “yo no soy socialista, soy sanchista”. Además, es un firme creyente en la eficacia de los hechos consumados. Si quieres sacar adelante una política no la lleves el BOE: llévala a la televisión.

Pues eso: Redondo aconseja a Sánchez que anuncie en TV un acuerdo, abrazo incluido con Pablo Iglesias, para que no sea posible la marcha atrás, para detener la 'Operación Borrell'. Y Redondo se presenta en la firma del acuerdo en el Congreso, en primera línea, algo extraño en su comportamiento habitual, caracterizado por la segunda fila.

El problema es que el gobierno de coalición Sánchez-Iglesias será más podemita que socialista: un frentepopulismo guerracivilista en toda regla

A partir de ahí los dos felipes, el Rey y González, se quedan en fuera de juego. A partir de ahí, todavía resultaría más llamativo, no ya que el Monarca encargara la formación de Gobierno a José Borrell, sino que tan siquiera pudiera amenazar -ese era el plan- a Pedro Sánchez con ello, a fin de forzarle, como jefe del partido más votado, a pactar con el PP, no ya un gobierno de coalición (ahí Aznar, que también estaba en la conspiración, metió la pata, por bocazas), sino en un pacto de legislatura PSOE-PP, tendente a reforzar la unidad de España (esa a la que ahora sólo alude el derrotado Ábalos). Con reforma constitucional adjunta, se entiende, para parar los pies, no sólo a los indepes catalanes, sino también al PNV, cada día más montaraz, fiel reflejo de lo que Ortega y Gasset calificara como “la soberbia vasca”.

Lo cierto es que, por ahora, SM Felipe VI no se ha atrevido a dar el paso. Y eso que se está jugando la Monarquía. Y el problema es que el gobierno de coalición Sánchez-Iglesias será más podemita que socialista: un frentepopulismo guerracivilista en toda regla. El enfrentamiento civil está servido y la persecución a los católicos, también.