¿Cómo desestabilizar un país en pocas semanas? Pues tal y como se está haciendo en Chile. Con un grupo de activistas profesionales, bien financiados, capaces de aprovechar cualquier descontento -por ejemplo, que suba el billete del metro- para alentar todas las agonías y lanzarlas a destrozar mobiliario delante de las cámaras de TV.

No ha servido de nada que Sebastián Piñera rectificara: y aplacar las medidas que exigían los protestones. Y es que no se trababa de lograr nada sino de destrozar mucho.

Pero, ¿acaso esto no ha ocurrido siempre? Sí, provocadores ha habido. En algunas épocas provocadores organizados y financiados. La diferencia es que nunca habían tenido tanto éxito porque nunca la fortaleza de la sociedad del bienestar había caído tan bajo.

Cuando la fortaleza de un individuo o de una sociedad se debilita surge la quejumbrosidad y la violencia

Y cuando la fortaleza del individuo y de la sociedad se debilita surge la quejumbrosidad y el descontento sedicente: es el hartazgo del hastío.

Y así, Chile, la sociedad con mayor nivel de vida de toda Hispanoamérica se convierte en una queja sin fin. Es igual que le den lo que pide: seguirá pidiendo. Y para conseguir eso que ni saben qué desean, están dispuestos a abrirle la crisma al policía que tienen delante.

Es la desesperación sedicente: ningún diálogo puede arreglarlo porque nada resulta suficiente

No veo una crisis política aunque este provocada por agitadores políticos. Es una crisis moral, crisis de esperanza, y, en último lugar, crisis de desamor: les falta Cristo, el que sacia sin saciar.

Chile es un ejemplo más de este neocomunismo rampante, capaz de destruir un país en tres meses, con milicianos disfrazados de ONG, revolucionarios disfrazados de activistas humanitarios que dicen luchar por los pobres. Y no sólo ocurre en Chile. Empieza a convertirse en tónica global.