Lo adelantamos en Hispanidad: desde la fiesta sorpresa que el rey Felipe VI quiso brindar a su madre, la reina Sofía, por su octogésimo cumpleaños, doña Letizia, quejumbrosa, se niega a ejercer de reina.

Su Majestad montó en cólera con la presencia en palacio de la Infanta Cristina y los hijos Urdangarín y, desde entonces, según costumbre, la reina de España vuelve a estar “fuera de control". No acude a los actos a los que tiene que acudir o no acompaña a su esposo, que es su papel de reina consorte, sino en vuelo regular (¿Clase turista?); momento que aprovecha la depredadora –de poder– Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para ejercer de reina, papel que no le corresponde pero al que nunca hace ascos.

Letizia Ortiz y Begoña Gómez deberían comportarse como lo que son: consortes

El diario El Mundo, en un bien documentado reportaje, vuelve a relatar otras excentricidades de la reina de España que solo responde a su obsesión por ser el centro de atención de cuanto le rodea. Entre las muchas virtudes que adornan a la reina de España, no figura la discreción.

Ni doña Letizia ni doña Begoña saben comportarse, ni en la Cumbre de París ni en la Cumbre Iberoamericana de Naciones. No pueden cumplir con su papel o retirarse a un segundo plano y desaparecer. Lo que no puede ser es que perpetren una y otra cosa según su estado de ánimo o su capricho. No se les mantiene para eso.