Fue el diario El País, el que inventó lo de presunto. Todo era presunto en la justicia: el denunciado y el acusado hasta que no se dictara sentencia. Por eso se recuerda, con cierta sorna, aquella pasada de frenada del diario de Miguel Yuste y Gran Vía, cuando habló de "el presunto fallecido".

En cualquier caso, por mucho que lo intente nunca lograré, ni acercarme a la explicación brillante, espectacular, desternillante escena cómica de José Mota.

Una cosa es la presunción de inocencia y otra ser tonto de baba. Rodeados como estamos de casos de corrupción, siempre exagerados por el contrario, ciertamente, pero casi siempre con un poso real, resulta absurdo que hablemos de presunta cuando hablamos de una evidencia. Porque entre la lentitud de la justicia y el presunto, estamos cayendo en la impunidad y en la censura. 

Otrosí: el secreto procesal ha degenerado en una justicia, lenta, que no sirve para nada... en plena era de la corrupción.

En el país del presunto, curiosamente reina la impunidad y la pena legal es una nimiedad comparada con la pena de telediario, con el desprestigio de la fama de las personas, también de los inocentes.

Ejemplo, Cristóbal Montoro: huele mal lo de Equipo Económico, y reconozco que a mí me ha sorprendido y que, si no tiene una defensa formidable, me ha decepcionado no poco. 

Pero también me asombra que la instrucción lleve ocho años en marcha. ¿De verdad eran necesarios ocho años de investigación?

Así que lo de presunto no es más que una hipocresía, que Pepe Mota ha calcado en su genial escena. Si a ello unimos la lentitud de la justicia y el secreto sumarial, bien podemos concluir que vivimos en una macedonia de impunidad, censura y venganza de la que nos va a resultar difícil liberarnos porque lo peor es que hemos creado hábito. 

¿Y si suprimimos el presunto y hablamos con libertad? Tiene sus riesgos, claro, pero la libertad genera incertidumbre.