Celdas en Nanclares de la Oca, Álava
Decíamos en Hispanidad que el asesinato de una cocinera, Nuria, en una cárcel catalana, destapó un problema hasta entonces oculto. A un preso que cumple pena por asesinato se le pone a tiro una cantidad de cuchillos de cocina, intuyo que bien afilados, para que se reinserte. Conclusión, la pobre cocinera de la cárcel acaba muerta.
También dijimos que el problema de Cataluña no es el independentismo sino la descristianización, un triste proceso que ha convertido a un pueblo antaño razonable en un estallido de majaderías, todas ellas destructivas, todas ellas dirigidas a justificar la aventura indepe. Para entendernos, que el catalán que ha renegado de Cristo ha encontrado su ídolo en la autodeterminación. Y es un ídolo exigente y tiránico, alejado del Dios que es amor.
Ahora hablamos de Vascongadas. Según publica El Correo, la conflictividad crece en las cárceles vascas por el aumento de reclusos y su peligrosidad. El Gobierno autonómico quiere incrementar la plantilla de vigilantes tras crecer la población de presos y dispararse las agresiones a funcionarios. Los propios funcionarios de prisiones, pero también el Gobierno vasco, admiten que la conflictividad en los tres centros que existen en la comunidad autónoma (Zaballa, Basauri y Martutene) ha aumentado desde que en 2021 Euskadi asumió las competencias en este asunto.
Y naturalmente, muchos presos violentos son inmigrantes. Negar la realidad sólo conduce a la injusticia.