Visito a un amigo, muy enfermo, en un importnte hospital de la Seguridad Social. Pregunto dónde está la capilla del centro con la sana intención de que el capellán acuda a visitar a mi amigo, católico, y le administre los sacramentos. El personal médico no lo sabe. Finalmente, una enfermera veterana me indica dónde está el oratorio y, para mi sorpresa, me encuentro, en mitad del complejo sanitario, una verdadera, y preciosa, minibasílica. Naturalmente, está vacía. Es domingo y en el cartel de entrada se me informa del horario de misas, un horario con pinta de haber sido colgado muchos años atrás. Saludo al Santísimo, que no sé si estará en el Sagrario debido a que no luce la vela roja anunciadora, deambulo por el interior y, al final, cuando ya me voy a retirar aparece, salido de no se sabe dónde, una sanitario que tras una exhaustiva indagación de corte cuasi-oficial resulta es el capellán. 

Intento exponerle la situación pero me corta enseguida: si quiero que mi amigo reciba los sacramentos, debo rellenar, en el control de enfermería, un formulario explicitando qué sacramentos desea recibir el enfermo. Curioso, y yo que pensé que recibir un sacramento era algo personal, no una petición burocrática tasada. Con todo respeto, ¿qué le importa al personal sanitario, que ni tan siquiera sabía dónde estaba la capilla del hospital ni el servicio de capellanía, si el enfermo 'X' quiere confesarse, comulgar, recibir la unción o sencillamente hablar con el sacerdote en un momento de sufrimiento?

Pero nuestro cura-burócrata, probablemente medroso ante el ambiente dominante me insiste: así es como hay que hacer las cosas y no le interesan nada las circunstancias personales... de la persona o sujeto agente. Naturalmente, la burocracia siempre es lenta y a pesar de ser domingo, o sea, el Día del Señor y día de precepto, en todo el día el cura no aparece por allí. A lo mejor es que a la petición le faltaba alguna póliza.

De postre, nuestro mosén no me sabe decir si al día siguiente se oficiará la eucaristía que describe el precitado cartel ni me explica las razones de su ignorancia. En ese momento pienso que los servicios de propaganda de Moncloa le corregirían de inmediato: así no se vende el producto, amigo cura. 

Dios sólo castiga al hombre cuando resulta el único camino para salvarle, es decir, para  restaurar su naturaleza

En serio, la desolación de Dios en aquella espléndida megacapilla o minibasílica me aterra. Lo considero muestra ejemplar, arquetípica de que la gran apostasía avanza en la España antes cristiana en la que todo parece listo para la prohibición oficial -sí, oficial, desde dentro de la jerarquía- de la Eucaristía en España... naturalmente seguida de la 'abominación de la desolación', es decir, de la adoración de la Bestia. Así que, ¡aferrémonos a la Inmaculada!, patrona de España. 

Por cierto, por si no le informan cuando acuda a un centro sanitario público, la Inmaculada es día de precepto en nuestro país, no sólo fiesta laboral.  

O la Iglesia vive de Eucaristía o morirá ante la eucaristía demoniaca

Otrosí: siempre que hablo de la proximidad de la Gran Tribulación, alguien de mi círculo más o menos próximo, me dice que parezco estar deseando la llegada de esa gran tribulación. ¡Nada más lejos de la realidad. ¿Desear yo la tribulación? Olvidan que los cristianos somos hedonistas y que las profecías no se han hecho para vaticinar sino para convertir. Esto es: si nosotros queremos no habrá tribulación alguna. Dios sólo castiga al hombre cuando resulta el único camino para salvarle, es decir, para restaurar su naturaleza. 

Pero, por el momento, no percibo que deseemos evitar el castigo y andamos muertos de miedo ante el futuro y, lo que es peor, ante el presente. Recuerden que, sin la Eucaristía, la cristiandad no puede subsistir. O la Iglesia vive de Eucaristía o morirá ante la eucaristía demoniaca.