Sabemos que Moisés era un legislador y no un abogado porque los diez mandamientos son breves y concisos. A lo mejor es esa la razón del desprestigio de los medios de comunicación, no retener el poder, sino entre la ciudadanía. Los periodistas soltamos filípicas intragables a pobres lectores que no nos han infligido el menor daño, artículos retorcidos como volutas a almas sencillas que no han sido advertidas del peligro.  

En cualquier caso, existen dos divorcios cuando menos preocupantes, en el siglo XXI. El uno es entre la clase política y el pueblo, y esto tanto en las democracias como en las autocracias. Nadie cree a la clase política, la inmensa mayoría está convencida de que los políticos son unos sinvergüenzas y que, en cualquier caso, no trabajan por nuestro bien, tal y como predican cada día. Pero existe la convicción de que a esa clase hay que soportarla e incluso obedecerla por temor al castigo... tanto en autocracia como en democracia. 

Pero el segundo divorcio me parece no menos peligroso: es el divorcio entre periodistas y pueblo, entre medios de comunicación y lectores. Compañeros periodistas: ¿nos percatamos de que la gente ya no nos cree? ¿Y que cuanto más formado está el lector menos nos cree? 

El problema es que los políticamente correctos jamás admiten que lo sean. Ni tan siquiera se percatan de ello

Y ojo, nuestro crédito no se ha desmoronado por los 'bulos', que, como toda mentira, tienen las patas cortas. Hemos perdido credibilidad porque nos hemos vuelto políticamente correctos, es decir, falsos, postizos, pendientes del rigor antes que de la verdad y, sobre todo, pendientes de no desviarnos de los que nuestros colegas, esclavos de los mismos prejuicios progres que nosotros, consideran el único pensamiento aceptable, es decir, el pensamiento único... políticamente correcto.

Además, por su propia naturaleza, los políticamente correctos jamás admiten que lo son. Ni tan siquiera se percatan de ello. Y los bulos no me preocupan nada ni necesitamos verificadores que los denuncien ya que no son otra cosa que los censores de lo políticamente correcto. Las mentiras no necesitan fiscales que las persigan: caen por su propio peso, por el propio peso de su incoherencia y tienen corta vida.

No, el enemigo de la verdad, y del periodismo, no es el bulo -que tantas veces no lo es- sino lo políticamente correcto. Y en eso es en lo que hemos caído los medios. 

Un consejo: sospeche de todos los titulares y sospeche aún más de los titulares televisivos: son los más superficiales, los más topicones

Compañeros periodistas: ¿nos hemos percatado de que la gente ya no nos cree? ¿Y que cuanto más formado está el lector menos nos cree? Vamos a hacérnoslo mirar. Sobre todo cuando esa pérdida de credibilidad, que bobaliconamente achacamos a las redes sociales, ha servido para que aceptemos sin rebelión el yugo de los Google, Facebook y verificadores a sueldo que aprovechan nuestra estúpida creencia en los tópicos al uso -feminismo, ideología de género, cambio climático- para imponernos la más férrea censura -censura global- que yo recuerdo en mis 40 años largos como periodista. 

Un consejo: sospeche de todos los titulares y sospeche aún más de los titulares televisivos: son los más superficiales, los más topicones.