Prosigue el viaje del Papa a la República Democrática del Congo. Durante esta mañana de viernes, Francisco ha mantenido un encuentro con los obispos en la sede de la Conferencia Episcopal Nacional del Congo (CENCO).

En este enlace puede leerse su discurso, del que entresacamos algunos textos:

“Vuestro rostro joven, luminoso y hermoso está surcado por el dolor y la fatiga, marcado a veces por el miedo y el desaliento. Es el rostro de una Iglesia que sufre por su pueblo, es un corazón en el que palpita intensamente la vida de la gente con sus alegrías y tribulaciones. Es una Iglesia signo visible de Cristo que, aún hoy, es rechazado, condenado y despreciado en tantos crucificados del mundo, y llora nuestras mismas lágrimas. Es una Iglesia que, como Jesús, quiere también secar las lágrimas del pueblo, comprometiéndose a asumir las heridas materiales y espirituales de la gente, y derramando sobre ella el agua viva y sanadora del costado de Cristo”.

“Con ustedes, hermanos, veo a Jesús que sufre en la historia de este pueblo crucificado y oprimido, devastado por una violencia que no perdona, marcado por el dolor inocente, obligado a convivir con las aguas turbias de la corrupción y la injusticia que contaminan la sociedad; y que sufre la pobreza en tantos de sus hijos. Pero veo al mismo tiempo a un pueblo que no ha perdido la esperanza, que abraza con entusiasmo la fe y mira a sus Pastores, que sabe volver al Señor y confiar en sus manos, porque la paz que anhela, sofocada por la explotación, por egoísmos de grupos, por el veneno de los conflictos y las verdades manipuladas, pueda finalmente llegar como un don de lo alto”.

Con ustedes, hermanos, veo a Jesús que sufre en la historia de este pueblo crucificado y oprimido, devastado por una violencia que no perdona, marcado por el dolor inocente

“Animados y fortalecidos por el Señor, nos hacemos, a su vez, instrumentos de consuelo y de reconciliación para los demás, para sanar las llagas de los que sufren, mitigar el dolor de los que lloran, alzar a los pobres, liberar a las personas de tantas formas de esclavitud y de opresión. De manera que la cercanía con Dios da profetas para el pueblo, capaces de sembrar la Palabra que salva en la historia herida de la propia tierra".

“Pero tengamos cuidado, pues no se trata de una acción política. La profecía cristiana se encarna en muchas acciones políticas y sociales, pero la tarea de los obispos y de los pastores en general no es esta. Es más bien la del anuncio de la Palabra para despertar las conciencias, para denunciar el mal, para alentar a los que están abatidos y sin esperanza”

“Estimados hermanos, no tengan miedo de ser profetas de esperanza para el pueblo, voces armónicas de la consolación del Señor, testigos y anunciadores gozosos del Evangelio, apóstoles de la justicia, samaritanos de la solidaridad; testigos de misericordia y reconciliación en medio de la violencia desencadenada no sólo por la explotación de los recursos y por los conflictos étnicos y tribales, sino también y sobre todo, por la fuerza oscura del maligno, enemigo de Dios y del hombre. Pero no se desanimen nunca, el Crucificado ha resucitado -¡el Crucificado ha resucitado!- Jesús vence, es más, ya ha vencido al mundo (cf. Jn 16,33) y desea resplandecer en ustedes, en vuestra valiosa labor, en vuestra semilla fecunda de paz. Quiero agradecerles, hermanos, vuestro servicio, vuestro celo pastoral y vuestro testimonio”.

Y quisiera añadir una sola cosa. Dije: “Sean misericordiosos”. La misericordia. Perdonar, siempre. Cuando un fiel viene a confesarse, viene a pedir la caricia al padre y no el dedo acusador. “¿Y cuántas veces?” “¿Y cómo lo hiciste?” No, eso no. Perdonar. “Pero no sé, porque el Código me dice…” bueno, el Código debemos verlo porque es serio. Pero el corazón del pastor va más allá. Arriesguen, por el perdón, arriésguense. Perdonen siempre en el sacramento de la Reconciliación y así sembrarán perdón para toda la sociedad.