Ocurrió en un comercio de provincias, días atrás. La señora estaba haciendo una compra cuando escucha una conversación que se desarrolla en el umbral del establecimiento. Son tres personas haciendo cucamonas a una criatura que una de ellas sostiene en sus brazos:

-¡Qué mono es!, ¡Ay qué rico!, se escucha. Movida por la curiosidad acerca de la pregonada belleza del presunto bebé, la susodicha se asoma al círculo y ve que los tres adultos están alabando, acariciando y mimando... a un diminuto perro que su amorosa madre adoptiva exhibe entre sus brazos, naturalmente con indecible ternura.

Y ahí es cuando se escucha la frase de aquella mujer joven, de apariencia normal, que condujo a la mini-tragedia griega ulterior:

-Es que yo no soporto a los niños pero me encantan los animales.

Es entonces cuando nuestra heroína, no dudaré en calificarla así, no puede sufrirlo más y suelta estas diez palabras:

-Pues el perrito no te va a pagar la pensión.

Los aludidos se marcharon de inmediato, con visible cara de enojo, ante aquella zulú de muy escasa sensibilidad canina.

En el siglo XXI no tenemos niños, tenemos perros, pero las mascotas no pagan pensiones de jubilación. Y es que, en contra de lo que se piensa, la inmoralidad conduce a la ruina. En efecto, si no hay niños, no hay jubilación.

Y algo más: no es una cuestión de mayor o menor sensibilidad respecto a los animales que respecto a las personas. No, es que las mascotas no ofenden y aunque cada vez exigen más cuidados -y gastos obligatorios-, lo cierto es que no conllevan la responsabilidad de un bebé, que depende de sus progenitores 'seven eleven', 365 días al año, 24 horas por día.

Es decir, preferimos a las mascotas antes que a los bebés... porque nos hemos vuelto unos egoístas de tomo y lomo que odian cualquier tipo de compromiso. Y un bebé exige 100 veces más compromiso que un caniche.