Se habla mucho de los medios de comunicación que intentan desviar la atención o confundir la información. Se habla mucho, incluso, de medios de comunicación sectarios a izquierda y a derecha, y también de medios de comunicación especializados en la propaganda doctrinaria o ideológica, normalmente progresista. Sin embargo, a menudo pasa muy desapercibida la cantidad de otras herramientas, casi todas ellas vinculadas al mundo del arte, que funcionan, que actúan, de manera directa y disolvente para destruir por ejemplo la Hispanidad o el concepto de la nación española para confundir las cabezas y las mentalidades. Basta echar un vistazo a Ideologías políticas en la cultura de masas (Tecnos), una obra colectiva que nos pone en la senda de por qué los medios de comunicación son sobre todo ideología y no información, al menos independiente y veraz.

Hablamos de medios culturales que en ningún caso actúan como verdadera cultura, si la entendemos como el resorte para agrandar los conocimientos y el espíritu de la persona. Para bien o para mal, es una realidad que quien tuvo el poder durante siglos, que fue la Iglesia católica, supo hacer del arte y de los artistas una forma de comunicación para catequizar, para explicar las sagradas escrituras o las vidas de los santos, por ejemplo. Tanta gente analfabeta que no sabía escribir, pero sí sabía leer el significado de la escultura o de la pintura en las catedrales, lugares de encuentro público donde se concentraba la mayoría de la obra pictórica. No es hasta el principio del siglo XX, cuando las ideologías políticas son conscientes de la palanca de poder que genera la cultura.

Hablamos de medios culturales que en ningún caso actúan como verdadera cultura, si la entendemos como el resorte para agrandar los conocimientos y el espíritu de la persona

Trabajos plásticos, cine, teatro, música y literatura que los entes de poder comenzaron a utilizar como vehículo imprescindible para llegar al pueblo llano. Realmente era una estrategia que se consolidaba con desarrollos legislativos, imponiendo o creando leyes que normalizaran determinados comportamientos, mientras que la cultura actuaba transversalmente llegando a todos según la edad y la clase social. Maquinaria puesta en marcha a izquierda y a derecha, por comunistas, conservadores y neoliberales. Podríamos decir que en la actualidad, la cultura es el verdadero puente entre la dulce imposición del poder y la infeliz ignorancia de los ciudadanos.

Hoy y ahora nos encontramos con todas estas artes al servicio de la ideologización, y el arte contemporáneo más que nunca. Paloma Hernández en su libro Arte, propaganda y política, (Sekotia), ensaya sobre esta herramienta ideológica que utiliza el sistema hegemónico progresista de los países de Occidente para conseguir calar en la sociedad de una manera no violenta y, sin embargo, totalmente permeable hasta las entrañas de la sociedad. Aunque Paloma Hernández, en su ensayo, habla específicamente del caso de España, es algo que se replica en todo el primer mundo. Poca gente está alerta frente a este tipo de manipulación y simplemente lo asumen como algo chulome gusta o cómo mola, sin saber realmente que a través de los lienzos, esculturas o lo que sea, se hace una labor de socavamiento y confusión en el interior de las personas.

Trabajos plásticos, cine, teatro, música y literatura que los entes de poder comenzaron a utilizar como vehículo imprescindible para llegar al pueblo llano. Realmente era una estrategia que se consolidaba con desarrollos legislativos

No digamos nada con el cine, con el que en España se pringa de gloria la izquierda progresista y cuyos gobiernos de Partido Popular y PSOE reparten las subvenciones, para que se insulte a España desde guiones negrolegendarios o guerracivilistas. No pienso poner aquí las vergonzantes declaraciones de directores de cine, productores, guionistas o actores encantados de lo que sea para que les caigan unos millones de euros de nuestros impuestos en sus bolsillos, aunque luego no pasen de las 6.000 entradas vendidas como ha sucedido con la película de Eduardo Casanova La piel. España disfruta de una industria del cine dedicada al glamour de la alfombra roja -roja en todos los sentidos-. ¿Por qué nunca invitan a participar a estos premios, a estas exhibiciones de ego y vanidad, a nadie que haya estado a la derecha? Es más, muchos actores, actrices, productores y directores no llegan a tener la fama o el eco en los medios a pesar de sus películas, precisamente porque no comulgan con las directrices del progresismo hegemónico. Un ejemplo de esto es el caso de la película documental -ahora también en libro- España. La primera globalización (Plaza & Janés) de José Luis López Linares, que fue la más taquillera del año 2022 con unas 70.000 entradas vendidas y un presupuesto de 330.000€ procedente de alguna subvención y otros particulares. Sin embargo, no fue ni mencionada en los Premios Goya frente a películas que sí fueron subvencionadas y no recuperaron ni la mitad del dinero invertido de nuestros impuestos.

Podríamos decir que en la actualidad, la cultura es el verdadero puente entre la dulce imposición del poder y la infeliz ignorancia de los ciudadanos

Capítulo aparte, pero compartiendo la misma instrumentalización, es la música, o esto que hoy llaman música. No hay ningún cantante que esté impulsado en los medios de comunicación o en forma de propaganda hablando de su música, de sus canciones o de sus éxitos que no haya pasado primero por el tamiz de determinadas declaraciones, como por ejemplo Chanel Terrero, que se desmarcó de Vox en un desafortunado tuit que decía: «¡NO! #VoxIsNotSpain», o a la mismísima Rosalía que para alcanzar los premios Grammy, y por lo tanto la consagración en la música internacional, hizo gestos públicos muy elocuentes respecto al aborto o su posición feminista ante sus seguidores. ¿Habría subido tan alto de haber dicho lo contrario? No, seguro. El sistema crea líderes juveniles que se conviertan en la correa de transmisión de las tendencias ideológicas cuyos receptores no se caracterizan por la reflexión sino por las sensaciones hiper hormonadas. Sólo, una vez encumbrados y cuando la madurez te lleva a enfrentarte a la progresía sistémica, puedes llegar a decir cosas contrarias como Juan Manuel Serrat que tachó el referéndum del 1-O de «feria de disparates» y acusó al Govern de «marginar a la oposición» y para colmo llegó a decir que: «No creo que el independentismo vaya a hacer una Cataluña mejor». También Joaquín Sabina, que se sale de madre y se distancia de lo políticamente correcto: «Ya no soy tanto de izquierdas porque veo lo que está pasando», algo impensable cuando despegaba en sus años mozos de los ’80.