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No hace falta ser un entendido en la valoración del arte contemporáneo para que sugiera el desprecio del público en general. Algo pasa, en una era donde lo visual prima sobre todas las cosas, para que las galerías de arte estén permanentemente vacías y que, sin embargo, por otro lado, siga despertando tanta admiración sobre las etapas anteriores tanto de experto como en neófitos, es decir, sobre todo lo que no sea contemporáneo desde la primera mitad del siglo XX hasta aquí.
Estoy dispuesto a asumir mi infantil, o ignorante si ustedes quieren, conocimiento artístico... Sí, estoy dispuesto, pero no se olviden de que el arte, si hay que explicarlo para entenderlo, no es arte, porque no cumple con su función de expresar lo que se desea decir o es un trabalenguas con el que algunos desean hacerse notar diciendo que los demás somos vulgo estúpido que no damos la talla, o mejor dicho, su talla.
Es lógico que esto pase, porque si bien el arte sirve para expresar la belleza y transmitir aquello que no se conoce o comprende a terceros, en lo contemporáneo solo se ve nada, por lo que su aporte es nada. Entonces hay que estar muy sabido en estas cosas para comprender el profundo significado de un lienzo en blanco, la escultura de hierros retorcidos o las músicas estrambóticas, que en vez de generar sentimientos de belleza y elevar el espíritu a un ente superior, te vacían de la serenidad que tantas veces necesitamos para sostenernos en pie. San Juan Pablo II, en su Carta a los artistas, dice entre otras cosas: En la «creación artística» el hombre se revela más que nunca «imagen de Dios» y lleva a cabo esta tarea ante todo plasmando la estupenda «materia» de la propia humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo sobre el universo que le rodea.
Hay que estar muy sabido en estas cosas para comprender el profundo significado de un lienzo en blanco, la escultura de hierros retorcidos o las músicas estrambóticas
Si analizamos el conocimiento del arte, que evoluciona con la historia, en la medida que el conocimiento se cimienta en el ser humano, vemos que las figuras van adquiriendo planos más reales e incluso volumen y movimiento. No se saltó del románico al renacimiento en un día, ni nadie era consciente en tiempo real si vivía un pletórico gótico o hacía historia con el barroco. Todos vivían su tiempo en la naturaleza de las cosas. La pintura y esculturas brillaban con el esplendor de los que lo admiraban, veían un sentido pleno en su entorno y un significado unívoco. En la misma Carta a los artistas, el papa Juan Pablo II, también nos recuerda la misión responsable e inapelable del sentido del bien común, también con el arte y de los artistas: En el amplio panorama cultural de cada nación, los artistas tienen su propio lugar. Precisamente porque obedecen a su inspiración en la realización de obras verdaderamente válidas y bellas, no sólo enriquecen el patrimonio cultural de cada nación y de toda la humanidad, sino que prestan un servicio social cualificado en beneficio del bien común. Es decir, ser artista tiene una responsabilidad que va más allá del artista en sí mismo. Hacer plástica como sea y decir que es arte, es demasiado prepotente si no deja poso en aquellos que lo contemplan.
Hacer plástica como sea y decir que es arte, es demasiado prepotente si no deja poso en aquellos que lo contemplan
Hoy el arte, parece que ha dejado de cumplir con esa función. Es decir, todos aceptamos lo que nos pongan por delante sin prestar atención y sin admiración. Más bien, algo desengañados sobre qué es eso que nos ponen y dicen qué es nadie sabe bien qué. ¿Por qué nos pasa esto hoy y antes nadie despreciaba una obra? Quizá porque emerge el sentido común desde el subsconciente y sin saberlo no dejamos de buscar la Verdad en nuestro entorno y nadie hace caso a algo que no le transmite nada... ¡Y ojo, que las obras de hoy por lo que se pagan millonadas, no significa que lo valgan! No es más que una burbuja financiera donde colocar un dinero que no se sabe qué hacer con él.
En cada ARCO que se celebra, siempre hay algún nuevo pero viejo comentario sobre tal obra que no lo era y los visitantes lo aplaudían; o aquel lienzo pintarrajeado por niños, por la trompa de un elefante o un mono artista que, a juzgar por los comentarios de los entendidos, podrían ser todos millonarios. Y es que cuando no hay nada que decir, solo se dicen tonterías. Y cuando un artista surge y expresa algo con sentido humano -desconozco qué valor alcanzaría la obra-, las personas lo admiran, se pregunta sobre ella o ellos mismos, saben comentar con palabras o expresiones de pueblo llano de lo que sí les habla esa obra.
Si nuestro camino es solo nosotros, no podemos mirar más arriba que a nosotros mismos y quizá eso pasa con el arte
Es posible que este vacío artístico venga de la incomunicación que nos pone siempre frente al avance, es decir, nuestra negativa a relacionarnos con Dios, que es en definitiva quien inspira lo bueno, lo que tiene sentido, lo que es verdaderamente humano y procura la trascendencia que debe tener cualquier acto humano, porque el ser humano es sobre todo trascendente. Si nuestro camino es solo nosotros, no podemos mirar más arriba que a nosotros mismos y quizá eso pasa con el arte, que surge de corazones planos, inspirados solo en el sentimentalismo orgánico y no como fruto de la reflexión o la idea de mostrar al mundo qué hay de bueno en nosotros mismos o qué hay de mí que debo trasladar al mundo.
El mundo como obra de arte. En busca del diseño profundo de la naturaleza (Planeta) de Frank Wilczek. Una obra complicada pero muy instructiva. Reconozco que no es para todos los púbicos, pero creo que aquellos que desean profundizar en lo que en el mundo que nos rodea nos puede excitar la creatividad, harían bien en leerlo, porque la naturaleza es también obra de Dios, y de Dios solo puede venir algo bueno.
La gloria de los Siglo de Oro (Lunwerg) de Joan Sureda Pons. Velázquez, El Greco o Murillo son algunos de los máximos exponentes de este floreciente momento (Siglo de Oro) que ahora podemos admirar en esta obra, a través de su generoso despliegue visual y de las explicaciones de Joan Sureda, uno de sus especialistas más prestigiosos. En esta edición, además de llevar las cubiertas y el estuche forrados en seda, las láminas interiores son un verdadero lujo y por su gran formato es una ocasión única de adquirir una joya artística en sí misma.
Dürer y Leonardo (Treviana) de Varios. Se trata de magníficos ejemplares cuya factura de fabricación es inmejorable, con los mejores estucados de arte para la impresión, cubierta en cartoné y salvaguardas de belleza sin igual. Se explica la obra del autor en cada uno de ellos en paralelo a su biografía, sus etapas y los momentos históricos que de alguna forma inciden en la obra. Además, acompaña a cada ejemplar un CD con la música de la época en alta fidelidad y una selección incomparable.
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