La camisa de vestir, ese estandarte de cierta madurez y profesionalismo, pero de cuello un tanto rígido, ha sido prácticamente desterrada del fondo de los armarios de la generación Z y millennials. El uniforme de la juventud actual (“Sin Futuro”) es la camiseta informal, formando parte de la seña de identidad costumbrista y cuanto más descarado sea el estampado con eslogan, mejor. Esta no es una simple tendencia de moda, es una declaración cultural que refleja cambios profundos de cómo entienden el trabajo, la identidad de los tiempos y el estatus social. Hasta el punto, que no pocos diputados y políticos -mayoritariamente contestatarios y no tan jóvenes- recurren a ellas para sus proclamas desde el atril mientras gesticulan con las dos manos. 

En muchos casos, la pancarta son ellos mismos con camiseta serigrafiada de arengas y soflamas políticas, memes o logos variopintos para simbolizar el activismo, la contracultura y la rebelión. El mensaje viste ya la segunda piel. Es el caso del diputado José Luis Bueno (IU), en la tribuna del Congreso de los Diputados, usando la camiseta con el diseño del sello conmemorativo del centenario del PCE. O todos aquellos otros portando prendas alusivas a “Me gusta la Fruta, LLibertat Presos Polítics, #MeToo o Puta Espanya”. Los eslóganes impresos son parte del mensaje político, cuyo valor ha pasado de ser estético a cobrar otro más semántico y reivindicativo. Lo malo es que pronto veremos a Sus Señorías vestidos para el pleno con la camiseta del equipo de fútbol favorito, el chándal y las playeras.

En muy escogidos casos se produce el efecto contrario. Políticos acostumbrados a sus reivindicaciones revolucionarias por medio de la camiseta del mercadillo y prendas de ocasión a trastocar su armario en tiempo récord con marcas de alto lujo, pero con cargo al erario. Por algo la vicepresidenta segunda del Gobierno, ministra de Trabajo y líder de Sumar, Yolanda Díaz, tras habernos acostumbrado a sus pases de modelitos según el día, se haya ganado el apelativo de “La Fashionaria”. 

Los eslóganes impresos son parte del mensaje político, cuyo valor ha pasado de ser estético a cobrar otro más semántico y reivindicativo. Lo malo es que pronto veremos a Sus Señorías vestidos para el pleno con la camiseta del equipo de fútbol favorito, el chándal y las playeras

Probablemente ningún alto cargo político en democracia haya invertido más en transformar su fondo de armario tan radicalmente a costa del Estado para contar con un inventario personal y un ajuar de ropa cara que pueda seguir usando cuando salga del Ejecutivo. Deben ser cosas de la izquierda caviar con el consumo responsable. En ella, cada elección de look es un mensaje sujeto a interpretación que genera tanto o más debate que sus erróneas intervenciones de sesgo sindical. 

La camiseta, que nació como ropa interior para obreros y soldados, es lo opuesto a la rigidez de una camisa. Hoy en día no se estila tanto planchar tras cada lavado y menos usar cuellos que pican. Por eso la camiseta es una prenda kleenex que se lava, se seca, se usa sin complicaciones o incluso se tira después de usar, reflejando un estilo de vida más ágil y menos encorsetado. Estrellas de cine rebeldes también sacaron la camiseta a la calle y desde entonces parece que es sinónimo de autenticidad.

Hay sociólogos que tienen explicación para todo y sostienen que el abandono de la camisa de cuello (blanco u oscuro) obedece a un código de tribu: una especie de carnet de identidad cultural. Dime con qué causa quieres llamar la atención y te diré quién eres. Es la nueva "bandera" de la tribu urbana o cultural a la que pertenece el individuo.

Otros lo llaman prejuicio etnocéntrico, el hecho de querer pertenecer a cierta causa por conveniencia social y ser considerada la más auténtica.

La liquidación acelerada de las jerarquías en el mundo de la empresa como consecuencia del cambio digital y la IA -en especial desde la pandemia- conlleva al destierro expresamente del clásico traje con camisa y corbata. En un entorno cada vez más pretendidamente igualitario, sin clases y transparente, la comunicación se ha vuelto más democrática, transversal, sin discriminación de género o protocolaria que se refleja de forma automática en la indumentaria.

La liquidación acelerada de las jerarquías en el mundo de la empresa como consecuencia del cambio digital y la IA -en especial desde la pandemia- conlleva al destierro expresamente del clásico traje con camisa y corbata

Para las últimas generaciones nihilistas que tienen más negro su futuro que el porvenir, la zona frontal del pecho se emplea desafiadamente como valla publicitaria para una juventud sin aparente fecha de caducidad y, muchos sin perspectivas para desgracia del país, por negligencia de la clase política y la nueva política de la regeneración (más preocupados de sus roperos y cuentas corrientes que de otras causas). Al paso que vamos, llegará el día que en contra del Euro digital estos jóvenes contestatarios cuando trabajen reciban sus nóminas en sobres. 

Vestir de forma informal, sobre todo con camiseta (mención aparte tiene las deportivas y tejanos rasgados), simbolizan para los millennials y generación Z su oposición a la madurez aburrida y sobria en el vestir. Si algo ha conseguido esta prenda barata es democratizar la comunicación personal a un nivel sin precedentes y acabar con la lucha de clases. Lo malo es cuando mezclan postureros ideológicos con la convivencia social amparándose en la libertad de expresión o cuando se pretende adulterar adrede el protocolo rayando el ridículo. 

Parece que tras la pandemia y la aparición del teletrabajo se ha disparado la tendencia del uso de la vestimenta informal, a base de camisetas lisas con/sin mensajes (moda híbrida lo llaman algunos). El 51% de los jóvenes de 18 a 34 años afirma que el atuendo de oficina está directamente relacionado con su creatividad y personalidad. La camiseta se erige en la iconografía más idónea para expresar la identidad individual.

Los chinos ya comercializan para sus turistas que viajan a la vieja Europa camisetas y prendas de vestir resistentes a ataques con puñal de terroristas radicales. No será por falta de imaginación

Por eso no extraña que cada vez más sectores de la economía se sumen al uso de este atuendo entre sus empleados en las empresas tecnológicas o nueva economía, medios de comunicación, consultoría no financiera (servicios digitales), publicidad, emprendedores, influencers, call centers y hasta funcionarios. En otros casos, la camiseta, aunque en versiones más sobrias o debajo de una chaqueta, es el nuevo uniforme de facto en cada vez mayor parte del mundo corporativo, consolidando la idea de la comodidad y la autenticidad.

Esta tendencia adoptiva postpandemia del estilo "Business Casual" y, en muchos casos del "Smart Casualtriunfa como el nuevo estándar profesional. Es así que la camiseta se ha vuelto en una de las indumentarias más dinámicas y con mayor volumen de negocio dentro de los segmentos de ropa casual, deportiva y merchandising, convertida en un motor clave para el crecimiento del ecommerce en el sector de moda.

Y mientras unos pasean los eslóganes por atriles y calles, otros se dedican a innovar: los chinos ya comercializan para sus turistas que viajan a la vieja Europa camisetas y prendas de vestir resistentes a ataques con puñal de terroristas radicales. No será por falta de imaginación. Aquí se conoce que andamos todavía con el babero puesto, asaltando el cielo y reventando escaparates con la camiseta sudada y la cara tapada.