Es curioso: se han dado seis oleadas Covid. En cada una de ellas experimentábamos la esperanza de que fuera la última. En esta sexta ola, por el contrario, no nos importa que sea la última. Simplemente salimos y se acabó. Fuera de la esperanza, sólo hay una fuerza superior al miedo: la fatiga, el agotamiento. 

Ya ni seguimos las cifras de infectados, ingresados y fallecidos. Menos mal, porque han constituido una de las manipulaciones más groseras de los últimos 50 años. Pero no es eso lo que pretendo destacar: lo que quiero resaltar es que no hemos vencido al virus: simplemente nos hemos cansado de vivir escondidos. Estamos exhaustos y hemos enviado el pánico a freír gárgaras. Nuestra disposición actual es: ¿qué más da? ¿Acaso puedo hacer algo por evitarlo?

No nos creamos a Pedro Sánchez cuando asegura que, gracias a él, se han salvado 450.000 españoles de la muerte porque entonces no estaríamos agotados: estaríamos idiotas

Cuánto durará esta lucidez, producto del cansancio, no tengo ni la menor idea. Pero no sería malo del todo que, al menos, no hagamos nuestras las mentiras, no convirtamos la manipulación en verdad. Vamos, que no nos creamos a Pedro Sánchez cuando asegura que, gracias a él, se han salvado 450.000 españoles de la muerte porque entonces no estaríamos agotados: estaríamos idiotas.  

Mi temor es que, gracias al coronavirus y a la dictadura sanitaria consiguiente, nos hayamos convertido en una sociedad pastueña, incapaz de rebelarnos ante la injusticia y dispuestos a aceptar cualquier tipo de mentira e incluso convertirla en nuestra divisa. 

El dolor no tiene por qué ser un acicate para la fe: desgraciadamente, también lo puede ser para la desesperanza

Relación con esto tiene que el Covid ha sido directamente proporcional a la pérdida del sentido religioso y, con él, de la esperanza cristiana, en la sociedad española. El dolor no tiene por qué ser un acicate para la fe: desgraciadamente, también lo puede ser para la desesperanza.

No hemos vencido al virus: simplemente nos hemos cansado de vivir escondidos

No hemos vencido al virus: simplemente nos hemos cansado de vivir escondidos. Menos da una piedra y más daño hace.

Al menos, la quejumbrosidad ha caído en esta sexta ola. En una Europa que no hace otra cosa que quejarse y reclamar sus derechos, la novedad resulta interesante.