Tenemos que volver una y otra vez a la raíz de la crisis intelectual que sin duda afecta al estado de las cosas, que van desde las permanentes economías fallidas hasta la desorientación de los individuos por razones del mal llamado y mal traído género.

La punta de la raíz del mal comienza en la desmoralización de los individuos, es decir, cuando estos han dejado de discernir entre el bien y el mal, relativizándolo según sus propios criterios fundados en los intereses personales. El individualismo, que es lo que acabamos de definir, nos encauza a un mundo sin los demás, donde el espejo de nosotros somos nosotros mismos y, por lo tanto, lo que nos rodea se convierte en los objetivos para volver una y otra vez a nuestro yo. Personas, naturaleza, dinero, sexo… Todo se convierte en el referente de lo que nos apetece o no, confundiendo esto con la libertad, que nunca podrá ser verdadera si no está referida a lo que somos, porque solo somos lo que somos en referencia de los demás.

Aniceto Masferrer, en su magnífico ensayo Libertad y ética pública (Sekotia), se pregunta -nos pregunta-: ¿Cómo alcanzar el respeto a la libertad de cada individuo según el Derecho aplicable al conjunto de la sociedad? ¿Quién decide, y de qué modo, el modelo de una sociedad? ¿En qué medida el ciudadano contribuye a su configuración? ¿Cómo conciliar la libertad, la ética o la justicia social sin faltar a los derechos de nadie? La libertad y la verdad van cogidas de la mano y no pueden disociarse porque cuando esto sucede, ni es libertad ni es verdad lo que se propaga porque, como el mismo autor dice: «la vida no es propiamente humana si se renuncia a vivir en libertad; no es libre quien se desentiende de la verdad: lo bueno, lo bello y lo justo; no se accede a la verdad quien no se arriesga a pensar por sí mismo».

Querer dar marcha atrás y tratar de colocarnos en la casilla de salida es imposible a estas alturas de nuestra contemporaneidad, porque la sociedad de hace solo diez años ya no es la nuestra, y no digamos la de hace veinte… Pero sí es bueno revisar el histórico de la destrucción masiva de la conciencia social y el comienzo de la libertad errática, porque conociendo su origen y destrucción podremos saber cómo reconstruir a la sociedad y a nosotros mismos.

La libertad y la verdad van cogidas de la mano y no pueden disociarse porque cuando esto sucede, ni es libertad ni es verdad lo que se propaga

Todo comenzó en 2005, justo cuando José Luis Rodríguez Zapatero abrió la caja de los desórdenes sociales y en el Congreso aprobaron la ley del matrimonio homosexual e implantaron de forma perversa una ley que iguala por semejanza al matrimonio natural. Es cierto que al derecho a casarse de los homosexuales le precedía la ley del aborto, que ya venía socavando las bases de la sociedad. Una sociedad que cada día tenía más asumida la posibilidad de abortar -es decir, matar a otro ser semejante pero diferente a nosotros en el vientre de su madre-, como algo con lo que había que convivir, algo así como a quien le toca vivir con un vecino que pone la música alta, que para unos es la marcha de moda y para otros es ruidoso. Una vez que la sociedad ha logrado relativizar la vida del ser humano en su momento más vulnerable, donde la madre tiene la mayor sintonía con la vida ajena, lo demás es fácil de desestabilizar.

Debido al aborto -que mata el inicio de la vida- y al homonomio -que es el origen de todo- es posible relativizar el ser, los condicionantes de vida y eso que ahora llaman autopercepción. La ruptura del sexo binario está definitivamente instalada y con los géneros de diseño es fácil, o muy fácil, inventarse todos los días uno. Pero la deriva no se para en esto porque al perder el ancla de la razón y dejar al ser humano a los pies de los caballos de los sentimientos, cabe también una ley animalista que equipara a personas con el resto de la naturaleza y por lo tanto los derechos quedan diluidos, como con el matrimonio respecto del homonomio; o mejor aún, como dice César Alcalá en su libro Animalismo, terminamos compartiendo derechos de igual a igual, pero solo el ser humano mantiene la responsabilidad de sus obligaciones, es más, asumiendo las consecuencias de los animales que no tienen raciocinio ni voluntad.

También el ecologismo, convertido en la religión que todo lo puede porque todo lo justifica, aunque sea mentira o medias verdades, es otra de las demencias que nos gobiernan. Leyes que cierran las puertas a los agricultores y ganaderos cuando son precisamente estos los que más intereses tienen en que sus campos y sus animales tengan la mejor vida posible porque su progreso personal depende de ellos.

Puede que alguien se pregunte a estas alturas el porqué de este discurso tan crítico con las nuevas políticas que se ejercen a nivel mundial-global… Es fácil la respuesta: porque ninguna de ellas tiene como objetivo el bien común, todas satisfacen a minorías que terminan dañando seriamente a la estabilidad social. Solo hay que observar qué sucede: los pueblos cada día más vacíos, la balanza demográfica en negativo y el número de suicidios se incrementan año a año porque el ser humano ha perdido su propia identidad y por lo tanto el sentido de su existencia. Y para esto tenemos que remitirnos otra vez a Viktor E. Frankl y su ya clásico, pero ineludible, El hombre en busca de sentido (Herder).

Debido al aborto -que mata el inicio de la vida-, y al homonomio -que es el origen de todo-, es posible relativizar el ser, los condicionantes de vida y eso que ahora llaman autopercepción. La ruptura del sexo binario está definitivamente instalada y con los géneros de diseño es fácil, o muy fácil, inventarse todos los días uno

Uno termina pensando que todo el progreso humano tiene como finalidad la disolución del mismo ser humano. En el fondo todo obedece a un plan eugenésico de corte maltusiano, donde la Organización de las Naciones Unidas y sus satélites dedican mucho tiempo y dinero al rodillo impositivo del aborto, la eutanasia, la esterilización y la homosexualización de la sociedad, que son las formas más brutales de parar el crecimiento demográfico mundial, e incluso reducirlo. Para lo que se ha cruzado una tendencia completamente dictatorial que como ya avisara Geroge Orwell hace años «quienes amenazan nuestros derechos y libertades anhelan expropiar también nuestro lenguaje», y basado en este aforismo, hoy día una auténtica realidad palpable, ¡y no solo con el pretendido lenguaje inclusivo!, Carlos Rodríguez Braun ha escrito Diccionario incorrecto de la nueva normalidad (LID) donde con el humor que le caracteriza pero sin ahorrar vehemencia en ocasiones, nos pone en sobre aviso y desafía los bulos del pensamiento único.