Las feministas se inventaron la 'grossen chorradem' de la conciliación: como si ambos sexos fueran intercambiables a voluntad. Ejemplo: la tontuna de que de los bebés deben cuidar los dos, padre y madre, en estricta igualdad. Pues no. Deben ocuparse los dos ciertamente, pero la madre siempre dedicará al bebé mucho más tiempo y dedicación que el padre, quien, mismamente, no puede darle de mamar ni tampoco puede gestar. La relación que se establece entre una madre y su hijo durante los primeros meses de vida no puede vivirla un varón, por mucho que lo pretenda y muy encomiable que resulte su disposición a colaborar. Esto ya fue antes de que, en su deambular hacia la locura, el feminismo diera en su majadería de la multitud de sexos y de la autodeterminación de género.

En plata. ¿Hombre y mujer deben hacer lo mismo en casa? No.

El varón, insisto, jamás podrá ni tan siquiera imitar la relación existente entre madre e hijo, no sólo durante la gestación -obvio- sino también durante los primeros años de vida.

El varón jamás podrá ni tan siquiera imitar la relación existente entre madre e hijo, no sólo durante la gestación -obvio- sino también durante los primeros años de vida

Y así, los cuatro meses de baja paternal -para que el padre pueda dar el pecho a su hijo- se han convertido en un chollo para el padre y en una escasa ayuda para la madre. 

En cualquier caso, ¿acaso todo es penuria en la maternidad? Pues será penuria gozosa y al varón le está vedada.

Además, la conciliación total es imposible, el reparto del 50% de la tareas del hogar, ni es justo ni sería del agrado de la mujer: porque a la mujer no le gusta cómo hace las cosas el varón. Nada hay más distinto a un hombre que una mujer y viceversa. Afortunadamente para ambos y para el mundo. 

Los cuatro meses de baja paternal -para que el padre pueda dar el pecho a su hijo- se ha convertido en un chollo para el padre y en una escasa ayuda para la madre. En primer lugar, porque a la mujer no le gusta cómo hace las cosas el varón

Y ahora vamos al gran engaño de las feministas estilo Irene Montero, la apestosa lacra que no cesa. Lo urgente no es la conciliación sino el salario maternal. Porque la verdadera discriminación económica de la mujer frente la varón, tras su incorporación masiva al mundo del trabajo, es la maternidad. En efecto, la mujer es fértil justo en la etapa de su vida en que debe competir con el varón por consolidarse en el mundo laboral. Por tanto, es de justicia que se le compense con un salario maternal, que no debería ser inferior a la mitad del salario mínimo por cada hijo y, atención, desde el nacimiento hasta su emancipación, no la vergonzante medida española, que ofrece 100 euros por niño hasta, atención, los tres años. Al parecer, cuando cumplen esa edad, dejan de comer.