En el vertiginoso circo mediático de la política internacional la vista es un sentido crucial no solo para el líder, sino para la audiencia. Nada de discursos grandilocuentes o promesas vacías, a menudo, el mensaje más sutil se esconde tras una buena planta y un par de lentes. Las gafas, de ser un mero corrector óptico, se han transformado en un accesorio de imagen meticulosamente calibrado que ha trascendido la oftalmología para convertirse en una pieza clave de la kinesia y la comunicación no verbal, con código secreto incluido. Pero mientras en Occidente impera la discreción sobria, en España, la estética política.

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Cuentan asesores de imagen que la elección de una montura para un jefe de estado o de gobierno no suele ser fortuita, sino que es una declaración de intenciones para remarcar la personalidad y hasta es utilizado para influir en el mensaje. Así lo hemos apreciado en la reciente intervención y escenificación magistral de Pedro Sánchez en el Senado con unas repentinas gafas vintage, pero no para leer el speech sino a lo máximo un par de párrafos intencionados (y seguramente innecesarios).

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Pregunta lo que quieras que yo responderé como quiera y jugaré contigo como con las patillas de las gafas”, podría ser el mensaje subliminal de la escenificación sanchista para eludir  una vez más con habilidad todas les responsabilidades presuntas en torno a  los escándalos que rodean su figura, su familia, el partido, el gobierno y las instituciones públicas que maneja.

Pero a diferencia de sus homólogos occidentales, en la política mundial hay quienes marcan diferencias con Sánchez por recurrir a ellas de forma prescriptiva usual y no para desorientar al adversario político. Así mientras Keir Starmer (PM británico) y Friedrich Merz (Canciller de Alemania), transmiten –según especialistas en psicología de percepción social–  una imagen de seriedad, control y fiabilidad calvinista, sus gafas podrían atribuirles además algo así como: "Soy el adulto en la sala. Leo y analizo la letra pequeña de todos los contratos que firmo." 

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En el caso de Starmer que suele cambiar de gafas con cierta frecuencia la elección de monturas (minimalistas o de acetato fino, de marcas como Oliver Peoples o Lindberg) se alinea con su pasado como ex jefe de la Fiscalía Pública. Su estilo anti-tory -dicen- refuerza una personalidad de gestor prudente, abogado meticuloso y líder que se enfoca en los hechos y la ley.  Sin embargo no pocas críticas se ha llevado desde  la prensa conservadora por aceptar ropa y gafas de diseño (por valor de varios miles de libras) reprochándosele el gusto por el lujo mientras pide sacrificios al pueblo. Muy en la línea sanchista, también se ha llevado  algún rapapolvo mediático alusivo a la “hipocresía de las gafas”.

En la era de la imagen, las gafas de los líderes no son una casualidad óptica, sino una “elección intencional que busca generar una conexión emocional o reforzar un eje de campaña, como la experiencia o la disrupción", añaden.

El “circo” al que se refería Sánchez en el Senado mientras jugaba con las Dior del lenguaje kinésico y hacía como que las usaba para distinguir los apuntes en los folios, forma parte de la frivolidad con la que abordamos la seriedad de la política y la opinión pública en España, más preocupados por  la estética que del contenido. Al contrario, buena parte de los homólogos occidentales no emulan ese juego de distracción en sus intervenciones públicas, porque saben que de hacerlo  desconcertaría el discurso y restaría credibilidad. 

Hay personajes que suelen llevarlas puestas siempre y no un día  determinado ante las cámaras con cierta intencionalidad, de ahí que mitiguen la imagen de pasión ideológica y enfaticen si acaso el grado de competencia y mesura. Como dicen los entendidos son  “la indumentaria óptica de la confiabilidad tradicional”.

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Otros líderes como Emmanuel Macron (Presidente de Francia) o Joe Biden (ex Presidente de EE. UU.) usan lentes de lectura o de sol según el momento o la situación. Para los expertos son los intelectuales estratégicos que evocan al profesor, al pensador, al típico jefe (de algo), aunque muchas veces pequen de desacierto. Al igual que Sánchez, hacen un uso ocasional, pero a diferencia del presidente español cuando recurren a ellas no lo  hacen de forma snob sino para ejercer la reflexión en vez de la reacción impulsiva

Estudiosos académicos de la semiótica  afirman que unas buenas gafas pueden hasta incluso humanizar la personalidad de la figura política si se saben usar. Supongo que habrá quienes opinen a favor y otros en contra. 

En otros personajes políticos un tanto disruptivos como  Javier Milei (Presidente de Argentina) o la primera ministra italiana Giorgia Meloni por sus políticas rompedoras, de nuevo cuño y hasta de cierto escándalo para los partidos clásicos, asesores en Branding político sostienen que el recurso a las gafas podría ser una declaración de ruptura con el estatus quo, propia de personalidades líderes “anticlasistas” que no piden permiso ni buscan la aprobación de  la vieja guardia. Las gafas de Meloni son así un accesorio funcional que introduce un aire de meticulosidad para equilibrar su personalidad pública más efusiva.

Para expertos en comunicación política hay consenso en una cosa: "Desde los años de la televisión, la imagen ha sido crucial. Las gafas, al igual que los peinados o los trajes, son parte del 'paquete visual' que un líder ofrece al público, en su estrategia comunicativa”. Es posible que nadie lo cuestione, pero cuando se hace tan evidente y descarado en una sesión de control o en una comisión de investigación parlamentaria  que puede dirimir el futuro judicial del máximo  gobernante, no hace más que frivolizar el debate político y por ende, la opinión pública provocando ríos de tinta para desviar la atención tras un camuflaje barato. 

Perdonen la guasa pero hay personajes que ven igual de mal con o sin gafas y es el cristal a través del cual el público lee la verdadera personalidad política. Son el artilugio ideal que adapta además el partido entero ante las crecientes acusaciones. A la mente nos viene ese otro político -ya de segunda fila- que constantemente juega con un boli en la mano para contener la tensión ante las cámaras y periodistas agitadores de la ola. Si la intencionalidad de Sánchez fuera defender la gafa como instrumento visual para ganar en calidad de vida de los españoles, bien podría empezar por extender su “Plan Veo” a cargo de la SS para la mayoría de los usuarios y no solo menores de 16 años. 

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El estereotipo del Secretario General de la OTAN y ex primer ministro neerlandés, Mark Rutte, concuerda tradicionalmente con el de un político centrista, pragmático y austero. El uso de las gafas complementa su personalidad de manera efectiva. Ha cultivado una imagen de político que no se distrae con lujos o extravagancias (es conocido por ir a trabajar en bicicleta y por su estilo de vida relativamente simple). Las gafas minimalistas y discretas se alinean perfectamente con la narrativa de la austeridad neerlandesa y la ética de trabajo. Son propios de esos líderes más preocupados por los resultados que no por la ostentación o la imagen personal llamativa. Son de los que buscan no crear una marca visual basada en el accesorio sino en la eficiencia.  Como secretario general de la OTAN su sobrio estilo es ideal para el rol diplomático entre los bloques, vigilando la neutralidad sin generar ruido.  Vamos un completo antagónico a la estética teatral, cacofonía y polarización hispanas. Se nota con qué ingredientes se cocina la política sobre todo en Europa que curte el discurso y el mensaje.

En España, la nueva imagen sin gafas del líder de la oposición Alberto Nuñez Feijóo se puede interpretar como una clara apuesta de ruptura con el estereotipo de un líder tradicional del pasado y además conservador, formando parte de una decisión política y de estrategia de imagen pública. Sus asesores han apostado así intencionadamente por un estilo más juvenil y dinámico ahora que VOX lleva años arrebatando al PP el voto juvenil. Puede que haya renovado su look, pero falta mucho hoy por hoy para desbancar en solitario la lujuria socialista y fashionaria anclada en Moncloa y el Consejo de Ministros.