Batalla de Lepanto
Hay demasiados que acerca de la batalla de Lepanto saben mucho más que yo. Que hablen este 7 de octubre, en el que celebramos el aniversario de la gran victoria. Ocurrió cuando España, con el héroe español Juan de Austria al frente, detuvo al imperio naval más potente del mundo, el del sultán turco Solimán el Magnífico (una especie de Erdogan de la época), en el Mediterráneo oriental, golfo de Lepanto, en la costa griega, frente a Turquía.
Yo sólo aportaré la muy anacrónica sugerencia de Gilbert Chesterton (autor de uno de los grandes poemas épicos del mundo moderno, dedicado a Lepanto), quien apostaba, en el siglo XX, por un matrimonio, en el siglo XVI, del vencedor de Lepanto (1547-1578) con María Estuardo (María I de Escocia, 1542-1587). Ambos podrían haber ocupado el Trono de Inglaterra, según don Gilbert.
El de España, mucho más importante, quizá no, porque entre sus muchas virtudes, Jeromín contaba la de lealtad máxima a su hermanastro, el rey Felipe II de España.
El caso es que, en Lepanto, se detuvo a los turcos que, entre su bagaje cultural e ilustrado, llevaban décadas saqueando el Mediterráneo y haciendo esclavos en la costa sur (no sé por qué pero la historia del islam y la de la esclavitud siempre corren parejas). Así que hubo que detenerles en combate, tras un banderín de enganche del Papa Pío V, llamado al que tan sólo respondió España y algunas ciudades italianas.
Durante el desigual combate, mantenido el 7 de octubre de 1541, el Papa rezaba el Santo Rosario a la Virgen, y antes del combate lo mismo hizo Juan de Austria y buena parte de sus hombres, entre los que figuraba un tal Miguel de Cervantes.
Al final, y por iniciativa del propio Papa Pío V, el 7 de octubre conmemoramos la festividad de Nuestra Señora del Rosario. La batalla de Lepanto no la conmemoramos en España de ningún modo, pues atentaría contra la multiculturalidad y nuestros queridos hermanos musulmanes podrían ofenderse... pero esto sólo se debe a que los españoles nos hemos vuelto esclavos de nuestros prejuicios progres, atenazados por un sinfín de contravalores y, mayormente, un poquito lelos.
Y entonces volvemos a la segunda parte del Siglo X y al Padre Pío de la Pietrelcina. Para quien considere que con la modernidad se acabaron los milagros, sólo decirles que el Padre Pío sufrió los estigmas de Cristo en la cruz, fue el confesor más famoso de Italia, sus revelaciones fueron aprobadas por la Iglesias con su canonización y tuvo de todo: bilocación, el don de conocer lo que pasa por la cabeza de las personas, sanación, etc. El Padre Pío fue un milagro con patas.
Pues bien, a pesar de sus dones preternaturales, cuando Pío de Pietrelcina se enfrentaba a algún problema, gritaba: ¡Dadme el arma! Se refería al Santo Rosario. Era de los que creían, vaya usted a saber por qué, en aquella revelación de un peregrino en Fátima, quien se arrodilló ante el Santísimo para hacer una petición y escuchó una voz que le decía:
-¡Para pedir, enfrente!
Enfrente, estaba la imagen de la Virgen. Así que recuerden: cuando todo falle, sólo nos quedará el Rosario.
Porque sólo los españoles podemos y debemos recordar la batalla de Lepanto, una de las glorias de nuestras historia. Pero cualquier nombre, sea o no español, puede coger el arma y combatir.