Sánchez e Iglesias le deben mucho a Tejero: cuando el comunismo español se convirtió en neocomunismo
Hablo a toro pasado adrede porque intento situarme al margen del nuevo aniversario del golpe de Estado militar del 23 de febrero de 1981 que o bien se ignora o se despacha con los tópicos al uso.
Me contaba uno que luego llegaría a ministro, que la tarde del 23-F de 1981 se encontraba revestido de alto cargo en cierta provincia española, siguiendo con angustia la entrada de Tejero en el hemiciclo. Junto a él, un oficial de la Guardia Civil, de probada 'fe democrática', a quien consultó si procedía emplear la fuerza para desalojar a los golpistas del Congreso y así evitar una matanza.
-En este caso, no -respondió el aludido.
-¿Por qué en este caso? ¿Acaso no estamos ante un golpe de Estado?
-Porque es Tejero, le conozco bien. Es un buen hombre y un buen cristiano: no matará a nadie a sangre fría. Sin embargo, si hay un ataque resistirá hasta el final.
Entendámonos: Tejero fue justamente condenado, yo creo que sí, aunque también creo a Tejero cuando da a entender que le engañaron sus jefes. En cualquier caso, él lo habría hecho igual y debió ser condenado.
Ahora bien, a pesar de lo que hizo estoy dispuesto a defender al golpista, por la sencilla razón de que demostró ser un hombre de bien. Que sí, entró en el Congreso disparando y eso debe ser castigado con rigor, pero que ni mató a nadie y, a pesar de saberse manipulado por sus superiores, no acusó a nadie: asumió su responsabilidad de verdad, acabó entre rejas, convertido en el prototipo de fascista a perseguir en España durante décadas.
Lo más grave de todo: ante el disparate neocomunista, ante la sucesión de barbaridades del Sanchismo, Juan Español no reacciona. Sus tragaderas se han vuelto inconmensurables
Además, la izquierda, socialista y, sobre todo, comunista, debería estarle agradecida porque aprendió una lección... que nos ha costado muy cara a todos los españoles. Por decirlo de otro modo, el 23-F fue el padre del neo-comunismo, o sea, del Sanchismo actual, donde integro a las dos formaciones coaligadas en el Gobierno de España, PSOE y Podemos: ambos son neo-comunistas progres.
Personalmente, me quedo con el antiguo leninismo, no con el actual leninismo 3.0, porque aquel era peligroso pero sincero, pero este, el 3.0, además de peligroso, es hipócrita.
A ver: tras el 23-F, el marxismo español se convirtió en progresismo y, pasando de lo abstracto a lo concreto, la izquierda española, sobre todo el Partido Comunista de España (PCE), releyó a Antonio Gramsci, el creador del eurocomunismo y sobre todo, autor de aquella máxima de que para conquistar el Gobierno primero hay que conquistar la sociedad, en el caso que nos ocupa, hacerla progresista. Lo que hoy llamamos la batalla cultural.
Al recuperar a Gramsci, la izquierda española, tras el golpe de Estado de Tejero (a quien debiera estar extraordinariamente agradecida) se enamoró de la democracia liberal: no hay que utilizar las armas, hay que conquistar las mentes de la gente, el resto, el poder político, vendrá por añadidura y, encima, vendrá de forma "legítima"... más bien legal.
En plata, tras el 23-F la izquierda descubrió que debía conquistar el poder en las urnas, a través de la exaltación de los derechos y de la indolencia. ¿Acaso las barbaridades que ha perpetrado y está perpetrando por el Gobierno Sánchez durante enero y febrero (aborto, bienestar animal, ley de familia, Sí es sí, etc) no son producto de que la frase favorita de los ministros del Gobierno es la de "ampliar derechos"? Mismamente, al derecho de una madre a matar a su propio hijo en su propio seno se le llama derecho al aborto.
E igualmente grave es la indolencia. Sánchez ha inventado que la gente tiene derecho a vivir sin dar golpe. ¿De dónde sale el dinero para que todos los vagos vivan sin dar golpe? De una presión impositiva que, no nos engañemos, jamás afecta duramente a las clases altas, que son cuatro, sino a la gran mayoría que representa la clase media española, en particular a aquellos que, como emprendedores y autónomos, se fabrican su propia nómina y su propio sueldo. Y cuando los impuestos no bastan, pues endeudo a todos los españoles con emisiones de deuda pública y a correr. Ya la pagará la próxima generación.
Lo que Sánchez hace es alentar la vagancia, es decir, la política económica de este personaje siniestro consiste en el reparto de la miseria.
Y lo más grave de todo: ante el disparate neocomunista, ante la sucesión de barbaridades del Sanchismo, Juan Español no reacciona. Sus tragaderas se han vuelto inconmensurables.