Los premios más progresistas, decíamos ayer y confirmamos hoy, los de mi pueblo astur, los galardones Princesa de Asturias. Más 'modelnos' que los Nobel. ¡Pues buenos somos los de Ovieu!

Pero hoy quiero fijarme en algo más. Que los asturianos hagamos algo mal no es una noticia pero podemos comparar nuestras meteduras de pata con la de cualquier otra región, sin excesivos complejos. 

No, lo peor es que lustros de Premios Princesa de Asturias no representan una mala  influencia de Asturias en los galardones  pero empiezan a tener demasiada influencia en los asturianos; y eso, como asturiano, sí que me preocupa. 

Los astures siempre hemos sido unos fantasmones de mucho cuidado. Como decía mi admirado Faustino Fernández Álvarez, a quien conocí siendo yo becario en la Nueva España, tenemos fantasmas para llenar todos los castillos de Escocia. Pero la vanidad es un pecado menor comparado con el orgullo. Los asturianos nunca nos hemos creído algo superior, ni tan siquiera algo especial, eso lo dejamos para otras regiones y nacionalidades. La peligrosa concentración sobre nosotros mismos casi siempre nos ha conducido al sarcasmo, lo que nos ha salvado de la arrogancia colectiva, de la autocompasión y del resentimiento colectivo.

Sin embargo, últimamente empiezo a creer que con unos premios que durante una semana al año nos convierten en el centro informativo de España nos está retornando a uno de los mejores dichos asturianos: 'Guaje, ¿tú yes tonto o te faes?

Ejemplo, el bable. Escucho la retransmisión que RTVE perpetra sobre los Premios Princesa de Asturias. Pues bien, repito: soy asturiano y en mi vida había oído hablar de "Les carroces", sino del desfile de las carrozas de la fiesta de San Mateo y del Día de América en Asturias, en homenaje a los indianos y que ahora supongo será el Día de Amérique en Asturies, comiendo patates y viendo carroces y a lo mejor algún 'bolle preñae'. 

La llingua, querido Adrián Barbón, no es más que una forma dialectal, a la que no necesitas subvencionar con dinero público. Incluso, con el fomento del bable, usando ese dinero público puedes conseguir que algunas formas de expresión, simpáticas de suyo, terminen siendo consideradas como una pedantería postiza.

El dinero público no conviene malgastarlo porque no es que sea de nadie, es que es de todos. Pero, sobre todo, un pueblo no puede sentirse orgulloso de sí mismo cuando hace el ridículo.

Con esto de los Premios Princesa de Asturias, ¿no nos habremos vuelto todos idiotas en mi querida Asturias?