La exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos no aplacará el odio sectario de los socialistas y de sus cómplices comunistas de Podemos. Esta no es más es que la primera de una serie de venganzas de unos cobardes, que solo tienen coraje para pisar el rabo al león, pero cuando ya está muerto. Tras sacar a Franco de su tumba, convertirán el Valle de los Caídos en un parque temático, harán de la basílica un museo, para de este modo prostituir a la vez el lugar sacro del templo y la verdad histórica de lo ocurrido en España, durante el siglo XX, y demolerán la cruz más grande que se ha levantado sobre el planeta y que tanto les molesta a los sin Dios y, sobre todo, a los del mandil.

Para conseguir estos objetivos no pueden decir la verdad. Y en la práctica de la mentira los socialistas no son nada originales. Todos los tópicos que lanzan ahora los socialistas contra el Valle de los Caídos los escribió por primera vez Indalecio Prieto, en un artículo que publicó en El Socialista el 26 de marzo de 1959. La capacidad intelectual del socialismo de Pedro Sánchez no da para para otra cosa, que para copiar lo que otros ya han escrito antes.

El artículo de Indalecio Prieto se titulaba Cuelgamuros Hilton, y estaba encabezado por este subtítulo: El osario vacío. En uno de sus párrafos se puede leer lo siguiente: “A poco de cercarse el valle y de abrirse un camino que lo enlaza con la carretera, comenzaron a llegar a Cuelgamuros partidas de hombres macilentos cuya condición de cautivos la revelaban los guardias civiles de su custodia. Procedían de todos los presidios de España y debían extraer ochocientas mil toneladas de granito para abrir en la entraña del monte el hueco que necesitaban una basílica y un mausoleo subterráneos de colosales proporciones. Allí se sepultaría a cuantos durante tres años de guerra civil cayeron en defensa de Dios y de la patria, es decir a cuantos sucumbieron peleando para derribar la República, enemiga de Dios y de la Patria, según definición de sus adversarios. Seguramente los faraones no se valieron de esclavitud mayor para levantar las pirámides egipcias. Estos esclavos del siglo XX sabían que su trabajo —un trabajo bestial, consistente en quebrar la piedra, acarrearla por el inmenso túnel, más apilarla y labrarla en el exterior—, era para glorificar a sus vencedores, con lo cual al extenuante agobio físico sumábanse grandes tormentos morales”.

Así comenzó la leyenda negra contra el Valle de los Caídos, que ha sido propagada por ciertos autores, que sin corregirla la aumentaron, hasta el punto de que alguno sin fundamento se refiere a la multitud de presos que murieron en las obras, cuyos cadáveres fueron ocultados en los cimientos. Y se dice esto sin caer en la cuenta que de ser cierto semejante disparate, habría que admitir que las obras nunca hubieran podido concluir, ya que habría que tener abiertas permanentemente las zanjas de los cimientos para seguir arrojando allí los cadáveres de los presos. Porque una de dos, o se dejan abiertos los cimientos para esconder a los muertos, o se acaba con estos macabros enterramientos, para levantar sobre los cimientos las construcciones que ahora existen.

Los presos del Valle, demás de redimir sus condenas, cobraban un salario al igual que los trabajadores libres

La leyenda negra contra el Valle de los Caídos no ha tenido una contestación seria y rigurosa, hasta que el profesor Alberto Bárcena se ha ocupado de investigar lo que allí sucedió. Durante cinco años, este historiador ha hecho lo que nadie ha querido hacer, a pesar de que las posibilidades de saber la verdad estaban al alcance de todos. Alberto Bárcena, como lo podría haber hecho cualquiera, ha consultado el fondo del Patrimonio del Estado sobre la construcción del Valle de los Caídos, que se conserva en el archivo del Palacio Real de Madrid.

Los resultados de esta investigación de años se encuadernaron en unos voluminosos tomos, que Alberto Bárcena presentó para obtener el grado de doctor. Y puedo dar fe de la importancia de esta investigación tan concienzuda, porque yo formé parte del tribunal que juzgó su tesis doctoral. Esa voluminosa tesis doctoral, posteriormente se resumió y se publicó en un libro para el gran público titulado Los presos del Valle de los Caídos.

Dicho libro, ha tenido una gran aceptación entre los lectores y ha dejado mudos a todos los que han contribuido a crear leyenda negra contra El Valle de los Caídos, porque los datos que proporciona Alberto Bárcena extraídos de los fondos del archivo son irrebatibles. Y a la vez, el trabajo de este historiador, pone de manifiesto una vez más que la realidad es mucho más interesante que la ficción.

Alberto Bárcena deja al descubierto todas las mentiras que sobre el Valle de los Caídos se han contado, desde los tiempos de Indalecio Prieto hasta los de Pedro Sánchez. De entrada, el Valle de los Caídos no es monumento para glorificar a los vencedores de la guerra civil y, mucho menos, una construcción faraónica pensada para el enterramiento de Franco.

Franco, en un Decreto-ley de 1957, dejó claro cuál era la finalidad de la construcción del Valle de los Caídos con estas palabras: “El sagrado deber de honrar a nuestros héroes y a nuestros mártires ha de ir siempre acompañado del sentimiento de perdón que impone el mensaje evangélico. Además, los lustros que han seguido a la victoria han visto el desarrollo de una política guiada por el más elevado sentido de unidad y hermandad entre españoles. Este ha de ser en consecuencia, el monumento a todos los caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la Cruz”.

 Y los hechos han venido a confirmar la sinceridad de la intención de este decreto-ley. En efecto, en el Valle de los Caídos reposan los restos de más treinta mil españoles, entre los que se cuentan los del mayor número de mártires reconocidos por la Iglesia católica de la que ha sido la más cruenta persecución en sus dos mil años de historia. Y con el consentimiento de sus familiares, también reposan en el Valle de los Caídos los restos de los españoles que lucharon en los dos bandos de la Guerra Civil. No, no es el mausoleo de Franco y sus víctimas, como repite la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo.

Se hacía llamar a sí mismo matacuras por asesinar a cinco sacerdotes, redimió toda su pena en el Valle y, una vez libre, siguió trabajando allí hasta jubilarse

Cada una de las páginas del libro de Alberto Bárcena es un desmentido documentado a todas las falsedades que cuenta la leyenda negra. Las obras del Valle de los Caídos fueron contratadas con empresas de construcción que operaban en España, las que además de sus obreros pudieron contratar a presos.

Los presos que trabajaron en el Valle de los Caídos, cuenta Alberto Bárcena, no eran esclavos, fueron a trabajar allí voluntariamente para redimir así los días de sus condenas por los días trabajados. Pero además de redimir sus condenas, los penados cobraban un salario al igual que los trabajadores libres. Por otra parte, al acabar la jornada de trabajo podían vivir con su familia en tres poblados que se instalaron en el Valle de los Caídos.

Los hijos de los penados disponían de una escuela donde acudían a clase junto con los hijos de los trabajadores libres y los hijos de los funcionarios de prisiones. Y las clases de estos niños se encomendaron a un maestro, que estaba en el Valle redimiendo su condena, además de percibir un sueldo por su trabajo docente.

En esa ciudad provisional que surgió en el Valle de los Caídos se instaló un economato, donde los que vivían allí podían adquirir productos a precios asequibles. Entre dichos poblados también se construyó una iglesia donde había culto, y en la que se celebraban Bautizos, Primeras Comuniones y hasta bodas, que también las hubo.   

Los primeros auxilios sanitarios estuvieron encomendados a un médico y a un practicante, que también eran presos y estaban allí para acortar sus condenas, además de cobrar un sueldo acorde a su categoría profesional. Ellos son los que proporcionan los datos sobre los obreros que fallecieron en la construcción. Ni miles ni cientos de fallecidos, la cifras de uno y otro varían de catorce a dieciocho, variación que depende si se cuenta o no a algún obrero que tuvo un accidente, pero que después falleció en el hospital al que se trasladó. En cualquier caso, sean catorce o dieciocho los muertos, la cifra para la magnitud de la construcción y los años transcurridos en su realización dice mucho de las medidas de seguridad con las que trabajaron los obreros.

El libro de Alberto Bárcena esta lleno de tantas aportaciones para el conocimiento de lo que allí pasó y para el desmentido de la leyenda negra del Valle de los Caídos, como es la historia del que se hacía llamar a sí mismo el matacuras, porque decía haber asesinado a cinco sacerdotes, y al que se le conmutó la pena de muerte por años de prisión. El matacuras redimió su pena al completo en el Valle de los Caídos, trabajando como portero de la abadía de los monjes benedictinos, y tras redimir su condena, siguió trabajando, siendo ya libre, en el mismo cometido hasta que alcanzó la edad de la jubilación.

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá