- Una madre pierde los nervios y abofetea a su hija de 10 años por llegar tarde a casa.
- La madre acaba en el calabozo por violencia doméstica.
- El Estado no debe inmiscuirse en asuntos de familia.
La niña tiene diez añitos. Llega dos horas tarde a casa y no es la primera vez.
Su madre, histérica por si le ha pasado algo,
pierde los nervios y le arrea una bofetada, le coge de los pelos y la mete en su habitación de un empujón.
Y entonces comenzó el tinglado de la antigua farsa. Un vecino, jugando el papel de delator -básico en el progresismo dominante-
observa la bofetada y decide denunciar los hechos a la policía. Un buen ciudadano, sin duda.
Llegan los
celosos agentes del orden, asimismo buenos ciudadanos, y detienen a la madre, que va directamente al calabozo por
violencia doméstica.
Suena a chiste pero no es una cuestión menor. Mírenlo así:
- El Estado se inmiscuye en la vida familiar hasta romper por la fuerza la autoridad de los padres sobre los hijos. Sí, la autoridad, aunque ésta no deba expresarse a bofetadas.
Con ello, la familia deja de ser una célula de resistencia a la opresión para convertirse en una entidad oprimida.
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A nadie se le debe propinar una bofetada pero no es lo mismo dársela a una mujer o a un bebé que a una preadolescente petarda de diez años
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No contra el delito fiscal ni contra la violencia de género vale la delación. El chivateo, en principio, no es bueno.
Sigamos dejando que el Estado se inmiscuya en la familia… y ya verán. Llegaremos al estado de histeria vecinal, es decir, global.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com