Al contemplar cualquier barbaridad -y últimamente tenemos donde elegir- tendemos a aplicar al miserable el calificativo de locoAhora bien, el loco no se vuelve malo ni tiene por qué ser malo: es el malo el que se vuelve loco.

Nada como la maldad, que también es consecuencia de la libertad, para dejar de ver la realidad tal cual es, aunque solo sea porque el malo siempre se justifica. Cambiar la realidad constituye el inicio, y el final, de la demencia.

Asimismo, la perversidad comienza con la incoherencia y termina en la autojustificación. Y una vez que el malvado no cree en el bien y el mal y que, sobre todo, asegura que lo bueno es malo y lo malo es bueno y meritorio... entonces le entra la chifladura. Pero, ojo, por ese orden: no es que el loco se vuelva canalla, es que el canalla enloquece.

En resumen, no hay mucho loco suelto, lo que hay es mucho cabronazo desatado.