• Si la ideología se convierte en modelo de vida la vida se malpierde.
  • La creatividad catalana está trufada de un anti: el antiespañolismo.
  • Los catalanes son formidables pero tienen dos problemas: sentimentalismo y narcisismo.
Los catalanes vuelven a estar de moda. Había descendido la obsesión independentista y ahora, con el extraño montaje de las conversaciones grabadas al ministro del Interior, Jorge Fernández, los soberanistas han vuelto a la carga y, sobre todo, han vuelto a encontrar eco. Y, sin ir más lejos, este jueves, el Tribunal Constitucional ha anulado las estructuras del Estado creadas por la Generalitat. Los catalanes son unos tipos creativos (los catalanes de las piedras hacen panes, repetía mi padre, castellano mesetario). Ahora bien, los defectos de los catalanes son dos: sentimentalismo y su derivada más plebeya, el narcisismo. Esta semana he estado por dos veces en Barna y he vuelto a escuchar las peticiones de rigor: "Madrid debe lanzar un programa que ilusione a los catalanes", pero lo cierto es que hemos llegado a un momento en que nada que venga de Madrid puede ilusionar a un secesionista. Ese sentimentalismo lleva a la queja permanente, incluso contradictoria. El segundo defecto procede del primero y creo que resulta más nocivo aún: el narcisismo. Al final, el soberanista considera que el resto de España debe estar pendiente de él. ¿Por qué? Porque sí. Pero en todo pueblo brillan unas virtudes y mosquean los defectos. No me preocupa. Lo que me preocupa es que, tras años de obsesión separatista, la independencia se haya convertido en el dios de muchos catalanes, en su razón para vivir. Eso sí que es grave. Convertir un proyecto político en el ídolo y en la razón vital es convertir la vida en ideología. Tremendo. Y lo malo es que Cristo, el verdadero, es un Dios celoso. Eulogio López eulogio@hispanidad.com