Sé que la sociedad actual tiene unas tragaderas increíbles pero resulta difícil de comprender por qué nadie levanta la voz cuando la censura que viene ya es paneuropea. El misil se llama Ley de Servicios Digitales y es inminente.

El comisario de Mercado Interior Thierry Breton no ha dudado en promulgar los nuevos mandamientos progresistas que permitirán borrar aquellos sitios de Internet que no gusten al poder. Y ojo: no hablamos de los derechos y libertades habituales sino de odio y de bulos.

Delitos de odio: la carga de la prueba se invierte: que el acusado demuestre que no odia. Es decir, imposible y estúpido, pero penado en España con condenas que pueden alcanzar los cuatro años de prisión. En cuanto la ley -insisto, paneuropea- entre en vigor se podrá censurar cualquier sitio que, según los lobbies que marcan cómo debemos vivir, considera que promocionan el odio: censurado.

Y luego está lo de los bulos. Por lo  general, cuando el poder se mete a perseguir bulos no castiga las mentiras sino las opiniones que no le gustan y cualquier postura políticamente incorrecta. Es decir, que niegue las mentiras que el poder propaga como verdades.

Lo más curioso es que hace no más de un cuarto de siglo estas obviedades no era necesario explicárselas a nadie. Un planteamiento como el de la Ley de Servicios Digitales de don Thierry Breton habría acabado con su carrera. Hoy me temo que no.