No se lo van a creer pero se puede vivir sin copular. Y lo que resulta más asombroso: se puede ser feliz sin apareamiento. Comprendo que a una sociedad que tiene la cabeza llena de semen, esto le resulte difícil de creer pero así es.

Es más, tengo una prueba de ello: el sacerdote católico. 

Sí, la gran mayoría de los sacerdotes no han caído en pecado de carne, no han roto su celibato y han sido muy felices. Más tristes veo a quienes no han sido fieles a su vocación matrimonial o incluso a aquellos fieles que se percatan de que las cargas de la pareja, matrimoniada o no, pueden ser incluso más fuertes que las que impone la castidad perfecta.

La clave está en que el amor de Dios llena más que cualquier amor humano. Para los eunucos por amor del Reino de los Cielos, se entiende. Sí, se puede vivir sin copular: el ser humano es un animal, pero animal racional, de los que se entregan no aquellos para los que la coyunda es como una adicción: no lo hago para disfrutar -pues sólo se disfruta con la entrega al otro- sino como si me rascara para superar un escozor. 

Se puede vivir sin copular. No tengo claro por qué razón, pero creo que la advertencia se hace necesaria. Y hasta perentoria.