Sr. Director:
Tratándose de ámbitos frívolos y de asuntos sin importancia, el trolero es personaje que suele suscitar simpatías por muchos embustes que nos largue. Más cuando se trata de pasar a abordar cosas serias, maldita la gracia que nos hace: nada hay peor que un mentiroso, por muy atractivo que en otros aspectos se nos muestre.
Eso sucede con los políticos en las sociedades más avanzadas y responsables, donde la trascendencia de las graves materias que gestionan hace que quien resulte cazado en una sola trola, quede desacreditado públicamente hasta el punto de su cese. Salvo en España... Aquí gozamos de un elevadísimo preboste político cuya mendacidad roza lo compulsivo y a quien le brota la doblez con tanta desfachatez que algunas de sus intervenciones ya se confunden con lo paródico. Capaz de prometer una cosa y la contraria con toda naturalidad y sin cambiar de rictus, sin embargo sorprende que su apoyo electoral y el de su partido prácticamente no mengüen.
Como tampoco mengua la comprensión mediática de casi todas las televisiones, siempre tan celosas por perseguir los embustes en personajillos del corazón y la bragueta, pero que se muestran muy complacientes con nuestro querido y seductor Pinocho. Y es que en España somos diferentes también en esto.