Sr. Director:
El Presidente del Principado, sr. Barbón, ha entrado con fervor casi de matador en la cuestión de la tauromaquia en Gijón, y lo hace de la misma forma que aborda cuestiones importantes de políticas partidistas con simpleza y ligereza: por lo visto de su postura ante los toros se deduce que los que están en contra no son tontos y sufren mucho casi tanto como los toros cuando son lidiados en el coso gijonés.
Siguiendo la postura de la anterior regidora los toros deben ser prohibidos por ser un espectáculo de paletos y personas a las que agrada la violencia contra los animales. Postura que no parece muy sincera, porque no faltan quienes se manifiestan tumultuosamente contra el derecho troncal y fundamental a la vida del concebido y no nacido (nasciturus) en el seno materno, sometido a terribles tormentos como se desprenden de rigurosos testimonios.
Es evidente que los animales deben ser respetados como seres vivos irracionales. Porque como decía San Francisco de Asís, todos son criaturas de Nuestro Señor, hasta el terrible lobo que devoraba ganados asolando pueblos en los crudos inviernos. Pero los concebidos y no nacidos no pueden ser torturados en el seno materno. Porque son creados a imagen y semejanza de su Creador y merecen la máxima protección: como afirmaba el papa Benedicto XVI, Ratzinger, que será tema de los Cursos de la Granda esta semana: “el reconocimiento de la sacralidad de la vida humana y de su inviolabilidad sin excepción no es una cuestión baladí. No hay homicidios pequeños. Porque cuando se pierde conscientemente el respeto a la vida humana, como realidad realidad sagrada, se termina invariablemente por perder hasta la propia dignidad”.