Sr. Director:
Resulta llamativo que el mensaje claro y diáfano de Jesucristo, paz, armonía, concordia justicia, fraternidad… quede oscurecido por aquel otro proveniente del que pronunció el non serviam, guerra, odio, repulsa, aversión, rencor… Y es que para muchos hoy en día Cristo no es un personaje atrayente. Es más, casi les resulta indiferente e incluso aborrecible y detestable y lo vituperan con sus insultos o proliferan sus ataques y afrentas contra él o contra lo que él representa. Ataques frontales, sin consideración alguna, porque la figura de Cristo molesta, estorba. Su Pasión en la Cruz fue redentora por amor, por amor a todos los hombres. Y esto ya no es sufrible o admisible por muchas personas, por el contrario, lo que les suscita es odio en toda la extensión de la palabra: No lo quieren reconocer como Dios, o quizá sea precisamente porque lo reconocen y quieren, en vano, olvidarse de él, dejar de sentir sobre ellos su mirada. Para estas personas son más comprensibles Nerón, Stalin o el propio Hitler con toda la personal carga negacionista y destructiva de cada uno de tales personajes. Ante un hombre normal muestran indiferencia y olvido, pero ante Cristo no les basta la indiferencia y el olvido, quieren hacer desaparecer de la tierra su huella y hasta el más mínimo rastro y recuerdo. De ahí la animadversión contra todo lo cristiano; es una fobia manifiesta, es una confabulación orquestada, organizada y dirigida. Pero saben, como lo sabemos todos, que al final el Dios que habita en los cielos se reirá de ellos, se burlará, les hablará con indignación y los llenará del terror de su ira. Entonces gritarán desaforados, acudirán enloquecidos a su misericordia cuando el tiempo ya sea cumplido, cuando ya no exista en ellos lugar para la esperanza, cuando contemplen resplandecer en tantos otros corazones la paz, la serenidad y el verdadero AMOR.