Sr. Director:
Raro es el día en el que el ciudadano corriente no tropieza con uno o varios expertos en las más variadas materias. Se enfatiza lo de experto como si lo que va a decir el susodicho fuera aquello del oráculo de Delfos.
Siempre ha habido expertos en las más típicas materias o actividades. Expertos en Bolsa, en psicología, en artes marciales… Profesiones que no tienen por qué soportar ese calificativo que más bien parece un camuflaje: geólogos, médicos, arquitectos, vulcanólogos, ingenieros, abogados, filósofos e incluso periodistas que analizan la actualidad y opinan sobre las noticias; pero, especialidades aparte, no son expertos sino verdaderos profesionales en su disciplina, estudiosos y científicos que, por lo general, dominan a fondo su materia y merecen toda la credibilidad y el reconocimiento a sus saberes.
También están los críticos de toda la vida y así sucede en los toros, el arte, el teatro o el cine, el deporte, la literatura e incluso la gastronomía y otras tantas actividades de las que informan cumplidamente y de las que dan su opinión normalmente fundada en conocimientos y en experiencia.
Ahora, tras la pandemia, lo que proliferan son los expertos (bien es verdad que se empezó con el pie equivocado del malhadado Simón, que dio para tan poco aunque se le viera mucho y en los expertos fantasma de la sociedad comanditaria Sánchez e Illa) y hay expertos, en gestión ambiental, en nutrición, en desarrollo forestal, en privacidad, en compras, en relaciones internacionales, en cosechas de cereales, en moda, en energías alternativas, en volcanes, en sequía, en la salud mental de Putin, en la senectud de Biden, en consumo de electrodomésticos, en alimentación infantil, en pinchazos discotequeros y hasta en circulación en patinete, que siempre están presentes y dispuestos a “expertar”.