Sr. Director:
El transcurso del año está jalonado de fiestas dedicadas a la Virgen María que el calendario litúrgico no cesa de advertírnoslo, bien para recordarnos momentos trascendentales de su singular Vida o bien para conmemorar alguna de sus múltiples y variadas advocaciones. Por ello, en España no hay que escarbar mucho para descubrir que es la tierra de María Santísima. En una de esas recientes fiestas se podía rezar: “Concédenos, por su intercesión, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”. Un sobresaliente eje triangular alrededor del cual gira nuestra propia existencia. ¡Qué bella y expresiva es la liturgia de la Iglesia Católica y qué profundo su contenido! ¿Se puede decir más con menos palabras? Es una auténtica y verdadera síntesis de vida cristiana que la propia Virgen vivió.
Ella, que no era nada más que “la esclava del Señor” nos da una suprema y magistral lección. Su sencillez desmorona nuestra ampulosa edificación personal. Da al traste con nuestros quiméricos pensamientos y sueños que no son otra cosa que banalidades. A veces es necesario sentarse frente a Ella y contemplarla y, a la vez, contemplarnos: su mirada está siempre en actitud humilde y así ha de ser también la nuestra, en actitud suplicante, para que nos conceda esa fe, esa esperanza y esa caridad que son el pedestal donde Ella se asienta y del que, como Madre de Jesucristo, puede también hacernos partícipes.