Sr. Director:

El tráfago de las grandes ciudades aturde a numerosas personas que añoran un mínimo de tranquilidad. Recuerdo aquel antiguo programa de televisión: “El alma se serena” que se emitía prácticamente a la hora del cierre de la emisión de cada noche para que se pudiera descansar debidamente. Ahora no hay cierres: siempre abierto, siempre alboroto. Demasiados espacios de ocio saturados de ruido; hasta incluso durante la hora de la comida y de la cena la televisión preside en muchos hogares la mesa. Hay una pérdida casi total de diálogo, excepto a través del móvil y de los wasaps, que están sonando a cada momento y casi siempre por motivos fútiles.

Se ha perdido el sentido de la convivencia y, por el bien de las personas, hay que recuperar los hábitos de la vida sencilla. Esa vida sencilla que tanto han elogiado y cantado los escritores clásicos: disfrutar de las virtudes del hogar. Sacarle rendimiento al poco tiempo que se permanece en casa: una tertulia familiar donde se cuenten amablemente las vicisitudes del día, un rato de serena lectura de algún libro, ameno y distraído, que enriquezca cultural y humanamente. Un rato de expansión tomando con paz y sosiego un aperitivo, un café o una merienda con el gracejo de los más jóvenes, o esos juegos de cartas o de dados tan populares que servían para evadirse por un rato del trasiego e inquietud del día. Y cómo no: un simple paseo válido para caminar sin agobio ni pretensión. Esto es, simplemente, el elogio de la vida sencilla.