Sr. Director:

Este año, la Semana Santa con sus procesiones, ha sido muy concurrida: días primaverales de sol espléndido sin frío ni excesivo calor. Día de gozo, el Domingo de Resurrección, el más importante de la liturgia cristiana, que, como Navidad, se prolonga en una octava, la “Octava de Pascua”.

Meditar en la Resurrección del Señor, ensancha el corazón de los que han contemplado interiormente a Cristo en su Pasión y Muerte. Escribió San Pablo, el perseguidor de los cristianos que se convirtió en uno de ellos al encontrarse con Jesús camino de Damasco: “si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe; pero, como resucitó, somos los más dichosos de los hombres”. 

Insólito: la tumba de Cristo vacía y su cuerpo resucitado. Lo habían visto morir y contemplado las señales inequívocas de su muerte. Tras pasar tres días en el sepulcro, sus seguidores lo contemplaron vivo, y pudieron comer y conversar con Él, e, incluso, tocarlo.  Se trata de un hecho histórico. Sus amigos más íntimos, a partir de estos acontecimientos, experimentaron una gran transformación en su vida: de cobardes, se volvieron valientes; de ignorantes, se convirtieron en sabios, y comenzaron a predicar sin miedo  al martirio, que, el Maestro, Jesucristo, les había anunciado.

La resurrección de Cristo nos alienta a los cristianos. Sabemos que la muerte no tiene la última palabra: si Cristo resucitó, y así fue, también nosotros resucitaremos.

Si nuestra Fe se detuviera en la Pasión y Muerte de Cristo, y nuestro horizonte fuera la muerte, no podríamos decir que somos los más afortunados de los hombres. Nuestra Esperanza es cierta: la muerte sólo es un paso hacia la vida eterna en espera de nuestra posterior resurrección, cuando alma y cuerpo revivido se encuentren para nunca más morir. Una cosa no hemos de olvidar: nuestra resurrección será gloriosa si en nuestra vida  mortal hemos amado a Dios y al prójimo; o si, arrepentidos, nos hemos acogido a la Divina Misericordia, aunque sea en el último instante de nuestra vida terrena. Nos dicen las Sagradas Escrituras que “Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.  Por su parte, no queda. Pero, ¡cuidado!, no seamos presuntuosos sino prudentes: se dice que “según es la vida, así la muerte”.