Sr. Director:
La perversión del lenguaje ha sido pieza clave en la extensión de la legislación permisiva con el aborto en las democracias occidentales y lo sigue siendo para blindarlo y convertirlo en un “derecho de la mujer”. A pesar de que en la actualidad, en los países en los que el aborto está permitido por ley se suele calificar como “interrupción voluntaria del embarazo”, el aborto provocado no es otra cosa que matar al niño antes de que nazca. El Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española, define "matar" como "Quitar la vida a un ser vivo”. Esto es justamente lo que se hace con el aborto; quitar la vida a un ser vivo, no amputar un órgano a la madre o realizarle una intervención médica. Cuando se acaba con una vida, se está matando a un ser humano, se encuentre en el estado de desarrollo que se encuentre.
El Papa San Juan Pablo II, en su encíclica Evangelium Vitae recordaba la declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe, “Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante”. El aborto no es un acto personal e individual que afecte sólo a la madre. El niño ya existe y está creciendo en su interior y con el aborto se le impide seguir creciendo y se le mata. No se puede decir que la madre esté haciendo algo con su propio cuerpo, porque sobre lo que se actúa es sobre el cuerpo de su hijo, al que se le causa la muerte mediante diferentes métodos. La mujer puede decidir ser madre hasta que el niño, que llamamos embrión en sus primeras etapas y luego feto, empieza a existir y a crecer, es decir, hasta la concepción. Una vez que ya existe el niño, la madre no puede dejar de serlo a menos que acabe con la vida de su hijo y esto nunca puede ser un derecho o un acto de libertad individual. El aborto es el acto de matar a un ser vivo y elevarlo a la categoría de derecho implicaría reconocer “el derecho a matar”. Pretender otorgar la categoría de “derecho” a la eliminación de un ser humano, es una perversión del sentido que los derechos humanos tienen y de todo aquello que pretenden representar.
Alfonso López Quintas, en su obra 'Las sinrazones del aborto', lo expresa claramente cuando dice “Sabemos bien que los derechos son auténticos cuando tienen como finalidad promover el bien y evitar el mal, defender la justicia y protegernos de la injusticia. El bien básico del hombre es la vida; por eso, su derecho primario es a vivir y desarrollarse plenamente”. Por tanto, no existe ni puede existir el derecho a acabar con una vida ajena, indefensa y que se está desarrollando en el vientre de su madre, ni nada que lo justifique. Lo que en realidad existe, aunque esta sociedad desquiciada en la que vivimos sea incapaz de reconocer, es una gran deuda pendiente con los millones de niños inocentes exterminados y que no es otra que el reconocimiento de los “Derechos del Nasciturus”, como complemento indisoluble a los Derechos Humanos y a los Derechos del Niño, entre los que deben garantizarse sin ningún tipo de dudas su derecho a la vida, a su seguridad e integridad y a no sufrir ningún tipo de ataque violento intencionado.