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Eso no se hace con una sana e higiénica sociedad secreta.
La masonería no está condenada por la Iglesia por ser anticristiana –que también–, sino por ser secreta. A la Iglesia no le gustan las sociedades secretas porque no hay nada oculto que no llegue a descubrirse y porque cuando una institución –que no una persona– oculta a algo, es que algo tiene que ocultar.
En Sicilia quieren que la masonería diga quiénes son sus miembros y los ‘hijos de la viuda’ aseguran que eso es que la norma atenta contra su libertad.
De todas formas, no deberían entretenerse en tonterías. La masonería regular bien puede publicar el nombre de sus miembros, otra cosa es la masonería irregular: esa nunca los proporciona, entre otras cosas, porque la primera suele resultar inane –aunque es un buen caldo de cultivo–, la segunda es extraordinariamente peligrosa. Por tanto, secreta. Por tanto, peligrosa. Y ambas, no se engañen, viven habitualmente separadas pero, cuando procede, se entrecruzan y unen fuerzas.