En lo que va de 2019 la familia de Bea Jhonson solo han acumulado algunas pegatinas de fruta, un pedazo de cinta aislante que uno de los hijos trajo a casa pegada en un zapato y las etiquetas de una compra de ropa. Todo lo demás lo han reutilizado o compostado (es decir, lo han convertido en abono orgánico). En su casa de California conservan 11 frascos, uno por cada año desde que viven sin ocasionar residuos. “Esto es un estilo de vida, no una llamada a la acción ecologista”, afirma Bea Johnson, de 45 años, pionera del movimiento Residuos cero. “Lo que predico, realmente, no es el reciclaje. Es no tener que llegar a él”. A mí me suena a una religión en la que el ser supremo es el medio ambiente.

En su libro Residuo cero en casa, publicado en 2013, cuenta cómo una familia tipo estadounidense aprendió a vivir sin producir basura. Se ha traducido a 26 idiomas, ha generado una comunidad de dos millones de personas en redes sociales y la ha elevado al estatus de gurú que predica su mensaje alrededor del mundo.

Esta madre de dos hijos de 17 y 19 años, cuenta la dificultad de la transición, pero ella y su familia han encontrado, poco a poco, un equilibrio que funciona. Johnson quema almendras para hacer maquillaje, sabe que tanto la pelusa de la secadora como las uñas son compostables y solo utiliza agua y vinagre para limpiar su casa. Tal es su compromiso con el medio ambiente, que se arriesga a regalar frutas a los niños que van a pedir caramelos a su puerta en la noche de Halloween. Es toda una valiente.

Para Johnson, el secreto son cinco pasos: rechazar lo que no necesita; reducir lo inevitable; emplear sustitutos para los plásticos de un solo uso; reciclar lo que no se puede rechazar, reducir o reutilizar; y compostar todo lo demás. Y yo me pregunto ¿cuánto cuesta todo esto? Y me autorespondo… Mucho esfuerzo -vivir de acuerdo a estos principios tiene que ser muy, pero que muy esclavo-… y mucho dinero -sin ir más lejos. Ecomasoquismo y oneroso.