El hijo de Dios hecho hombre es apresado en la noche del jueves al viernes en el Huerto de los Olivos, que puede ser visitado por cualquier turista que se acerque a Jerusalén. Eso es lo bueno que tiene la religión cristiana, su carácter 'científico', como diría la modernidad.

Cristo fue juzgado ilegalmente por los sumos sacerdotes por la noche, condenado injustamente -aunque legalmente- a ser ejecutado en la cruz, castigo reservado a la hez de la sociedad, en la madrugada del viernes y, desde las 10 de esa mañana, y a lo largo de cinco horas, fue flagelado, torturado, humillado y muerto. Falleció a las 15,00 horas. El resumen de la pasión es éste: Cristo fue humillado y asesinado.

Lo cual tiene su enjundia, también política. A fin de cuentas, toda la política, toda la economía, toda la sociedad del siglo XXI está marcada por el miedo que nos produce la muerte y la decrepitud. Francisco Umbral, en su empeño por 'epatar' al creyente, tarea a lo que tanto esfuerzo dedicó, repetía que los curas nos engañaban: Lo que nos asusta no es la muerte, sino el dolor, insistía.

No es verdad y cada vez lo es menos. Lo que nos atemoriza y marca nuestras vidas son estos dos fenómenos: muerte y decrepitud. La muerte porque la disolución en la nada o la incertidumbre sobre el tránsito sólo se conjura, o con fé en Cristo, o con desesperanza. El creyente llama amiga a la muerte, puerta de la maravilla, mientras el desesperado siente la mórbida y dulzona atracción de la nada, pero eso es como si, para superar la adición a la droga, se le receta al adicto una dosis mortal. En efecto, sus penas desaparecerán, su vida, también.

Y también nos aterra la decrepitud. El dolor se conjura con analgésicos pero la humillación de la dependencia de los otros, la necesidad de ser ayudado,el no contar nada en las grandes decisiones, la sensación progresiva de un mundo que se vuelve ininteligible, las limitaciones crecientes, en especial, desamor, la sensación de no preocupar ni ocupar a nadie... todo eso sí que produce, repulsión, miedo, verdadero horror. Pero el dolor no, para el dolor hay solución, el Nolotil, por ejemplo y, en el peor de los casos, el suicidio.

El presupuesto del Estado es muy eficaz frente al dolor, pero de poco sirve frente a la muerte y a la humillación de la debilidad en un mundo que aborrece la debilidad, que considera culpable al débil, que ni sabe ejercer la caridad ni sabe recibirla. Antes se llamaba soberbia a esa figura, pero no seré yo, un progresista del siglo XXI, y hasta XXII, quien utilice concepto tan cavernícola, el único factor que puede explicar lo que está pasando.

Un poco más de fe y un pizca de humildad ayudarían mucho a los Presupuestos Generales de los Estados, mucho más que todas las leyes sanitarias o de dependencia. Mientras, resuenan los versos de Martín Descalzo:

Morir sólo es morir, morir se acaba,

Morir es una hoguera fugitiva,

es cruzar una puerta a la deriva

y encontrar lo que tanto se buscaba.

Entre otras cosas porque, como recordaba Chesterton los cristianos contamos con un Dios que sabe cómo salir del sepulcro.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com