La pareja de la mujer iba vestida estilo occidental, incluso con bermudas

Madrid es una ciudad insufrible en verano. El calor abrasa a unos viandantes que se refugian en el aire acondicionado de los centros comerciales o de sus oficinas. Pues bien, en pleno mes de julio, pude ver un burka en el mismo Pº de la Castellana. Por supuesto, me quedé mirando. Afortunadamente es tan poco común que no había visto nunca una escena similar. Porque chilabas veo muchas. Pero burkas, es la primera vez.

Aquella mujer iba embutida en unos ropajes que la convertían en una especie de bulto andante. No había sonrisa, ni solidaridad con los rigores del calor. Nada. Tan sólo un bulto móvil. En cambio, su pareja no sólo se permitía vestir occidentalizado, sino que portaba frescas bermudas para mitigar los rigores del calor. Él tenía derecho a occidentalizarse y a usar cómodas prendas adecuadas al clima. Ella no. Es mujer y debe estar sometida a los rigores de la ley islámica. Por supuesto, no es la primera vez que veo a un hombre musulmán en vaqueros y a su mujer en chilaba. Pero esta escena ya era demasiado. ¿Por qué ella debía estar privada de la vida social y él no?

Supuestamente, la doctrina islámica señala que la mujer sólo debe gustar al marido. Eso explicaría el burka. Sin duda un avance frente a las quinceañeras españolas que enseñan el tanga al 100% de sus compañeros de clase. Lo que pasa es que para defender la moralidad y la exclusividad de la entrega marital no es necesario usar el burka. Basta con lo que hasta antes de ayer se llamaba decencia.

Por eso tengo para mi que tras el burka no hay una defensa de la moralidad islámica, sino más bien una visión machista de la existencia. De un machismo que indigna a nuestra cultura occidental, aunque la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, no haya abierto la boca sobre esta polémica.

Si lo ha hecho la secretaria de Política Internacional del PSOE, Elena Valenciano. En su opinión, el pañuelo no es un problema en España. Por supuesto, el crucifijo, sí que lo es. De nuevo el doble rasero. Porque en realidad la obsesión laicista no es antirreligiosa, sino anticristiana. Pero un gobierno decente debería de preocuparse de que puedan verse burkas en pleno corazón financiero. Porque el burka es un signo de dominación y de humillación que nuestra cultura no debería aceptar. Sin embargo, ahí está ese bulto en manos de esas bermudas. Nadie les amonesta. Lo llaman respeto. Yo prefiero llamarlo indiferencia.