Recién regreso de Polonia y me encuentro con la historia de Irena, una señora que empequeñece la gesta de Oscar Schindler en el ‘hit parade' del heroísmo a la hora de salvar judíos de los nazis. En este caso en el gueto de Varsovia: más de 2.500 niños inocentes, que no deja de ser una reiteración. Spielberg no ha hecho una película sobre ella, quizás porque Irena se jugó la vida, y el físico -que fue torturada por los nazis- en nombre de Cristo, no del humanitarismo universal.
Polonia es la historia misma de la humanidad. Un pueblo que se asemeja un tanto a judíos y armenios, dos de los escasísimos ejemplos de naciones sin Estado cuya unidad era más fuerte que los imperios que intentaban disgregarlo, un pueblo que ha sobrevivido a todos los intentos por exterminarlo. Polonia es una llanura perdida entre Alemania y Rusia, entre Ucrania y Eslovaquia, entre el mundo eslavo y el mundo germánico, entre el Báltico y los Balcanes. Rodeados de gigantes sólo una inconmovible fe cristiana ha conseguido mantenerles en pié, e incluso salvar a Occidente. Los polacos se niegan a que les califiquen como Europa del Este. Es lógico, del Este han venido sus enemigos –a veces también del norte, de Suecia- y siempre han querido ahogar su fe y borrarles del mapa. Los tártaros, las hordas salvajes de las grandes estepas asiáticas, las que malearon al Islam originario, también se ensañaron con Polonia, que les contuvo para Occidente. En el siglo XVII contuvieron a los suecos, aquel paganismo luterano que amenazaba la Europa central.
En 1683, el rey polaco Jan III Sobieski ("Ví, llegué, Dios venció") detiene a los turcos a las puertas de Viena evitando que toda Europa Occidental cayera en manos del más peligroso imperio musulmán. Tres siglos más tarde, en el verano de 1920, otra vez contra todo pronóstico, otro milagro polaco, el mariscal Josef Pilsudski detiene al formidable Ejército rojo, el ejército de Trotski, al que inflige una terrible derrota –el milagro del Vístula-. Era aquel ejército revolucionario que pretendía arrasar toda Europa, desde Moscú a Gibraltar, prendiendo la mecha revolucionaria en todo el continente. Lenin, un gangster inteligente, confesaría, en un discurso ante los líderes revolucionarios rusos, que el ‘milagro del Vístula' había provocado "una gigantesca e insólita derrota" a la causa de la revolución mundial. Lleno de odio, juraría que "continuaremos pasando de una estrategia defensiva a otra ofensiva hasta que acabemos con ellos de una vez por todas". ‘Ellos'... ¿eran los burgueses del mundo en general o los polacos en particular? Nunca lo sabremos. Pero sí sabemos que Europa nunca agradeció la gesta política que había salvaguardado sus libertades. Tan sólo 16 años después, Reino Unido y Francia pedirían a los polacos que aguantaran el avance de las divisiones acorazadas alemanas durante dos semanas, antes de que Hitler se viera obligado a atender el segundo frente que los franco-británicos iban a abrir frente a la región del Rhur. De todos es sabido cómo acabó el asunto: los polacos aguantaron las dos semanas, pero fueron abandonados por franceses y británicos en la guerra que "perdimos dos veces": de cada seis polacos uno moriría en la II Guerra Mundial, tras haber salvado a todos los judíos que pudieron y haber enfrentado al enemigo pagano alemán... y antes de sufrir la barbarie soviética. Ni Hitler ni Stalin lograron doblegar la fe polaca. En la ciudad de Cracovia, cuna de la fe y del Reino de Polonia, comenzó el final del nazismo y en Cracovia se gestó la derrota del comunismo. Pero Occidente no les ha dado las gracias a los polacos.
Polonia inventó la resistencia cultural contra la tiranía, ‘copyright' de un seminarista-sacerdote-obispo llamado Karol Wojtyla, y con él la guerra del siglo XXI, una guerra de ideas frente a misiles, donde, vaya usted a saber por qué, siempre ganan las primeras a los segundos. Un electricista, Lech Walesa, interpretó la partitura del compositor Wojtyla y, cual muralla de Jericó, la más férrea tiranía de la historia se vino abajo.
Todo está en Polonia, pero el mundo no quiere verlo. Ahora, los polacos, vencedores del comunismo, libran una batalla no menos importante contra el consumismo, contra el hastío materialista. Estoy convencido de que saldrán victoriosos de la nueva batalla.
Eulogio López