Recientemente celebramos el Día de la Familia y pensaba: Para los jóvenes, la familia es más fuerte que todas las crisis, porque es el gran lugar del afecto, de la convivencia, de la fiesta: el sitio donde uno se siente bien, y se encuentra a sí mismo.
A pesar de las profundas transformaciones culturales, no ha cambiado la imagen de pan, amor y fantasía de los años cincuenta. La familia sigue asociada a la alegría, a la risa, al descanso, a los llantos y caricias de los niños, de modo particular en Navidades. Las discusiones forman parte también de su encanto, como la intimidad o los recuerdos compartidos. Pensé también que si no existiera la familia, habría que inventarla.
Algo semejante sucede con el matrimonio, incluido el religioso. En una encuesta de la Fundación SM, y a pesar de tantas noticias de prensa, se observa el deseo de encontrar el amor verdadero con vocación de permanencia, bendecido por la Iglesia.
Porque, frente a quienes se angustian con el declive de la familia tradicional ante la promoción de otros modelos, también desde el ordenamiento jurídico, se impone aceptar la juvenil confianza en esa realidad imperecedera de la familia.
No se puede olvidar que la liturgia católica dedica un día a la Sagrada Familia en el tiempo de Navidad, este año fue ayer. Dentro del misterio de lo espiritual, reconoce un hecho histórico: la Encarnación del Verbo, el Nacimiento de Jesús, sucede en una Familia. La irrupción de lo eterno en el tiempo es algo tan sencillo y real como el acogimiento de la segunda Persona de la Trinidad por unos padres humildes de Palestina ¿No les parece maravilloso
J. Martínez