Al retirar las tropas de Iraq (pequeño contingente comparado con el aportado por otras naciones), España ha abofeteado a Washington, al "César" del mundo actual, y lo ha abofeteado en público. Y el César se vengará. Las grandes instituciones financieras están reduciendo el crédito de España, esto es, las cantidades de dinero que están dispuestas a prestar a los españoles. Pero eso puede aceptarse: representa el miedo habitual del dinero ante lo desconocido. Al mismo tiempo, el prestigio de España en el mundo se rebajará, las oportunidades económicas también y, probablemente, la propia lucha contra el terrorismo. Pero si todo fuera por una buena causa, merece la pena asumir el riesgo.
Lo más peligroso tampoco es que España quede ante la comunidad internacional como el país cobarde, que huye de una situación de conflicto cuando más hay que arrimar el hombro para intentar convertir Iraq en una democracia. Lo grave es que la acusación sea cierta. Oponerse a la guerra de Iraq estuvo bien, dado que era una guerra injusta. Huir de la post-guerra no está nada bien, y quien acuse a España de escurrir el bulto tiene toda la razón. Es más, la salida precipitada de nuestro país ha provocado un efecto dominó en el mundo hispano y en
Y más: Se esté o no de acuerdo con George Bush, ¿alguien piensa que la actitud de España le permite liderar, por ejemplo, una comunidad iberoamericana de Naciones?
Pero el desafecto de Estados Unidos no constituye el motivo más grave de su actuación. Otras cosas lo son. Por ejemplo, imaginemos que Maruecos invade Ceuta y Melilla, una posibilidad que siempre conviene tener en cuenta, ¿iría España a la guerra con Rabat para recuperar su territorio? Y no tengo la completa seguridad de que el diálogo que propone Zapatero pueda detener a Mohamed VI. España es la frontera europea ante el Islam, pero se trata de una frontera muy frágil.
Conclusión: ni España ni Occidente están dispuestos a defenderse. Simplemente, los occidentales no estamos dispuestos a luchar por una idea porque no tenemos ideas ni valoramos los principios de los que estamos forjados. Dicho de otro forma, a mí no me gusta el estilo de vida americano, pero hay que reconocer que los europeos llevamos una generación acostumbrados a que los norteamericanos nos saquen las castañas del fuego.
Pero ninguna muestra más clara de lo que digo que las declaraciones del excelentísimo regidor de la noble villa madrileña de Leganés, el socialista José Luis Pérez, tras la profanación del cadáver de Francisco Javier Torrenteras, el subinspector de los GEO, asesinado por la bomba suicida de los terroristas islámicos del 11-M. El cadáver de Torrenteras han sido quemado con gasolina, descuartizados sus miembros, extraídas sus entrañas, manipulados sus órganos, en una especie de ritual, que los zulúes hubieran rechazado por demasiado vulgar y grosera. Pues bien, nuestro regidor ha calificado el asunto como "una gamberrada" que, imagino, puede arreglarse con diálogo, mucho diálogo. Quizás olvida el señor Pérez que los antropólogos consideran que la civilización comienza cuando se comienza a enterrar a los muertos. Porque si lo del cadáver de este hombre es una "gamberrada", bueno, entonces, lo mejor es que nos rindamos ante el Islam. A ser posible, hoy mismo.
El problema del Occidente cristiano sigue siendo el mismo: no es que pierda la batalla, es que ni se la plantea. Huye, como Zapatero, de cualquier encrucijada. Mientras el terrorismo islámico y el pavoroso, mucho más pavoroso, panteísmo oriental golpean la puerta, la progresía occidental exige a sus soldados que entreguen sus armas y dialoguen. Naturalmente son los principios cristianos, los que han forjado la civilización, toda civilización: el valor sagrado de la persona, hija de Dios.
Eulogio López