El problema consiste en que Juan Pablo II y Benedicto XVI (en la imagen) dejaron el listón del Papado demasiado alto. Por eso divagamos y disparatamos. Y claro, así es difícil encontrar un sucesor de tanta nombradía. Hasta ahí la cosa va bien, pero hombre, que la principal condición del nuevo Papa sea su juventud y vigor, parece pretensión excesiva: que no estamos buscando a un vencedor para el Tour de Francia. Se busca a un santo con vocación de mártir, porque, tras la renuncia de Benedicto XVI podemos repetir aquellas palabras últimas de Chesterton, en su lecho de muerte, dedicadas a su mujer: Ahora todo está claro, entre la luz y la oscuridad, y cada cual debe elegir.

Y es que tras el magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI, dos de los grandes pensadores del siglo XX y del XXI, nadie puede alegar ignorancia. La agencia Aceprensa ha resumido la aportación del último pontífice, Joseph Ratzinger. Gran resumen. Las aportaciones del pontífice alemán sobre fe y razón recuerdan las palabras de Chesterton: la razón es una cuestión de fe y nada más razonable que la razón. El combate de Benedicto XVI contra el relativismo supuso un golpe definitivo: mire usted, viene a contarnos el Papa saliente: no es que el relativismo sea permisible ni justificable, es que el relativismo es lo contrario a la razón, es el fin de la razón y el reino del capricho.

Pero yo me quedo con los otros dos juntos. Su llamada a la purificación de la Iglesia. Es como si las mayores broncas del pontificado que ahora termina se hubieran dedicado a los católicos, es especial, a los sacerdotes, no al resto de la humanidad. Y me temo que si Benedicto XVI ha tomado ese camino es porque era el camino que había que tomar.

El otro asunto distintivo del pontificado era la alegría de la fe, algo que teníamos olvidado, dicho de otra forma: el mejor legado de Benedicto XVI ha consistido en recordar que el hombre sólo encuentra su plenitud en Cristo y que en el ateísmo o en el agnosticismo, o simplemente en la pereza respecto al Creador, no puede darse la alegría sino, como mucho, la autocompasión.

Sin Cristo no hay felicidad posible. Puede haber indulgencia pero no perdón, puede haber pasividad pero no creatividad, puede haber estabilidad, pero no paz, puede haber  tranquilidad pero no felicidad, puede haber autocontrol pero no alegría, puede haber resignación pero no felicidad.

Vamos, que Benedicto XVI ha puesto las cosas en su sitio. Y ahora, cada cual debe escoger.

Eulogio López

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