El aeropuerto Lima dispone no ya una, sino de dos salas VIP. La primera es la propia de cualquier aeropuerto en cualquier parte del mundo, sólo que se ha quedado pequeña, y el ambiente es a menudo poco VIP. Por esa razón, las autoridades han abierto una segunda sala, mucho más amplia, decorada con obras de pintores del país y una atención exquisita. Ahora bien, a esta sala no se accede con un simple billete de primera. No señor, la sala está reservada para ministros, embajadores y cantantes, en palabras de uno de sus cuidadores.
Lo cual revela dos cuestiones: la primera que la vanidad es inconmensurable y ya ha inventado las salas VIP al cuadrado. La segunda, que los cantantes gozan hoy de más predicamento que por ejemplo, banqueros y empresarios: ¡Ya era hora!