La derrota electoral del 14-M ha dejado al PP en una situación de extrema debilidad. El Congreso extraordinario ha sido convocado para después del verano. Será entonces cuando se plantee la estrategia a seguir en la nueva travesía del desierto. Un desierto que esta vez se realizará sin pesos pesados en materia económica y sin un liderazgo claro. 

Los nombramientos del "dedazo" de Aznar en el nuevo PP restan autoridad al actual secretario general, Mariano Rajoy, un sucesor elegido para ganar. Tras la derrota, el partido se le sube a las barbas y el gallego no parece gozar de la paciencia para gobernar con mano de hierro, un partido formado por militantes fieles al verdadero líder: José María Aznar. Rajoy afirmaba que de ministro se "vivía muy mal". Suponemos que de jefe de la oposición se vive peor, máxime si se debe lidiar con fidelidades ajenas e impuestas. Por eso, los rumores de dimisión arrecian. 

En este escenario, Gallardón y Zaplana observan "su momento". El primero trata de convertirse en Giulliani después de que en las trágicas jornadas del 11-M permaneciera desaparecido en combate. Ya saben, manual de crisis: que se manche otro. Pero ahora es diferente y ha mandado a la policía municipal a custodiar el metro. Los propios policías se lo agradecerán. "Somos policías, no ‘ponemultas'", afirmaba visiblemente molesto un agente hace unos días. Y es que las autoridades norteamericanas recomiendan a sus turistas que sean precavidos en la utilización del transporte público. Gracias George. 

La estrategia de los municipales se suma a la publicación del bando municipal de 19 de marzo en las calles y plazas. "Por orden del señor alcalde se hace saber que..." Súmenle la capacidad de Gallardón de ganar mayorías absolutas sin apoyo del partido y quizás Aznar -perdón Rajoy- se sienta tentado a enviarle a Bruselas cuatro añitos a construir la oposición al "nuevo orden mundial" predicado por Jesús Caldera. 

Más callado, pero igualmente ambicioso, se encuentra Eduardo Zaplana. Al valenciano le han cerrado las puertas del partido en su tierra. Insiste en visitar el Mediterráneo para trabajarse a los suyos, pero su futuro está en Madrid. También el presente, porque convertirse en el látigo parlamentario del PSOE puede ayudarle a cosechar muchos réditos políticos. 

Y mientras tanto, Aznar asegura que irá a la Universidad de Georgetown a proferir doctrina sobre relaciones internacionales, pero con billete de ida y vuelta. O sea, que permanecerá en Madrid pastoreando a sus ovejas. El peor escenario posible. Porque el PP necesita regenerarse y afrontar el futuro sin Aznar. El todavía presidente en funciones entendió aquello tan difícil de que nadie es imprescindible. Pero ahora parece haberse olvidado de las lecciones aprendidas generando probables problemas de bicefalia en el partido que él refundó con el riesgo de que el boomerang regrese: "Váyase Sr. Aznar".