Las comadrejas han salido de sus madrigueras, quizás entusiasmadas por aquello de Pío Cabanillas (padre): "Todavía no sé quién, pero seguro que hemos ganado". Empecemos por el final. Con la llegada de los socialistas al poder se ha acentuado la Cristofobia, especialmente en los medios informativos. No es laicismo ni agnosticismo: es odio a Cristo, a la Iglesia y a los cristianos.

El martes 20 leí al insigne Arsenio Escolar, capo del periódico gratuito 20 Minutos (el más leído de España, más que El País), poner como no digan dueñas a La Pasión, de Mel Gibson (vista por 1.750.000 españoles durante tres semanas). Lo más gracioso del que fuera un riguroso periodista económico es que confiesa "no haber visto el film", lo que no es óbice para que hable de sangre y critique al "Dios de Gibson", que nada tiene que ver con su idea de Dios, fíjense ustedes por dónde. 

 

Y quizás por ello, el Círculo de Bellas Artes, ese centro cultural pagado por la Comunidad de Madrid (centro reformismo), y controlado por El País, se dispone a lanar una obra de teatro, un monólogo (no me extraña, no da para diálogo) titulado "Me cago en Dios". La idea se le debe haber ocurrido al majadero autor, de quien no pienso hacer publicidad, contemplando la exposición pictórica que el Ayuntamiento de Barcelona había programado en el Instituto Municipal de Cultura, y que fue rechazada después de que dos financiadores, CajaMadrid e Iberia, amenazaran con retirar su patrocinio. Por cierto, el muy tolerante Grupo Prisa, otro de los "sponsor", fue el único que no se dio por aludido; ante todo, la libertad de expresión, e incluso las libertades de injuria, insulto, libelo y ofensa.

 

Y ahora llega el precitado majadero, aupado por el referente del Círculo de Bellas Artes, es decir, por don Juan Luis Cebrián, y plantea una obra genial, con un título tan original y, no se vayan a creer, con moraleja: nuestro insigne creador, el majadero, confiesa que su mensaje consiste en denunciar que todas las religiones han utilizado la culpa como arma. Muy original, lo sé.

 

La verdad es que, afortunadamente, las religiones han utilizado la culpa, no como arma, sino como solución al problema. La única manera que tiene el hombre, y las sociedades, de mejorar, de cambiar, es el arrepentimiento, punto de partida para la superación de errores. Pues bien, los "errores" de la voluntad se llaman pecados. Nada más distinto al complejo de culpa que el arrepentimiento, y nada más liberador que el volver a empezar.

 

Pero no se ha hecho la miel para la boca del asno. Un majadero, como creo haber dicho antes, no merece refutación alguna. Quienes le apoyan y promueven sí merecen más duro castigo. Durante su discurso de investidura, el nuevo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, acalló las diatribas de la oposición afirmando que cultura es ponerse en el lugar de los otros. Bueno, eso no es cultura, pero sí algo hermoso. Pues ánimo, señor presidente, ahí tiene usted una oportunidad de aplicar su teoría: póngase en el lugar de los católicos, que nos sabemos hijos de ese Dios a quien acaba de insultar el majadero, y afee la conducta del tal majadero y sus mentores. ¿O quizás las ventajas de la cultura alcanzan a todos menos a los cristianos?

 

La Cristofobia sigue preparando el camino hacia una nueva persecución religiosa, esta vez persecución del Cristianismo en el Occidente cristiano. Gregorio Peces Barba, asesor de Zapatero y rector de la Universidad Carlos III (se la hicieron para él y se jubilará en ella), ha escrito un artículo que más parece una fusta: anima don Gregorio a su alumno, ahora en Moncloa, a limpiar de simbología religiosa todo la esfera pública. No la esfera estatal, sino la pública, cosa bien distinta, y en esa distinción radica toda la trampa del laicismo. Habría que insistir en que libertad religiosa no es libertad para ejercer la religión en el ámbito privado de la conciencia. Es que eso nadie puede evitarlo, ni tan siquiera el peor de los tiranos. Libertad religiosa es libertad de culto (por tanto, público) y aún más: es libertad de expresión para decir lo que me venga en gana. Si quiero plantarme en la Universidad Carlos III con un crucifijo de 1x2  metros, nadie tiene derecho a decir esta boca es mía, ni a vituperarme. Ni a criticarme: ejerzo mi libertad y no me meto con nadie. El problema es que don Gregorio Peces Barba, como todos los laicistas, no soportan esa libertad religiosa. Consideran que la ostentación de la fe, así como la evangelización y el proselitismo, les ofende en su interior. Y no me extraña que les ofenda, pero eso no es razón para prohibirlo.

 

Porque no es laicismo, es Cristofobia. El proceso comenzó años atrás y camina a su zenit: hacia el enfrentamiento social, incluso armado, incluso violento, por razones religiosas. Pero la culpa no será de los cristianos: será de los laicistas, es decir, de los cristófobos. 

 

Eulogio López