Sin embargo, en honor a la memoria de este Papa, no podría quedarme en el silencio cómplice ante la torpeza de cierta prensa miope, que interpretando una línea del testamento de Juan Pablo II, ahora titula que el Santo Pontífice había pensado en renunciar después del Jubileo del 2000. Falso. La frase que usa nuestro entrañable Papa en el latín que esos periodistas nunca podrán aprender no expresa su duda por una posible renuncia y por el contrario llega a decir que la Providencia lo salvó de la muerte, que Dios le ha prolongado la vida, y que su vida pertenece aún más Él. «Espero que hasta que pueda realizar el servicio petrino en la Iglesia, la Misericordia de Dios me preste las fuerzas necesarias para ello». Con estas palabras no debería haber lugar ni para la duda, ni para la polémica.
Así ha sido su testimonio. La última gota de sangre derramada en la cruz aquel miércoles de la Octava de Pascua, en que lo vimos asomarse a su ventana por última vez. Así lo confirma el periodista Vittorio Messori que en el año 2002 recibió de la misma Santa Sede el encargo de hacer callar las voces insistentes sobre la renuncia al papado con esta declaración oficiosa: «Mi salud no es asunto mío sino de Aquel que me llamó a este ministerio. En Sus misteriosos designios quiso que desde mi lejana Polonia llegase hasta aquí: será pues Él el que decida mi destino». Este fue el mensaje del Santo Padre aquella vez. Y así como el Señor Jesús, también Juan Pablo II nunca quiso bajarse de la cruz. Ha muerto el Papa. Que viva el Papa.
Manuel Ugarte Cornejo
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