Las reacciones a la muerte del religioso Miguel Pajares (en la imagen) me han sorprendido. No me refiero a los mezquinos comecuras -peores por mezquinos que por comecuras- que bramaban contra los costes de trasladar al misionero a España. Ahí Rajoy lo ha hecho bien. Un gobierno que no se preocupa de los suyos, especialmente de los que hacen grande a España, no merece llamarse Gobierno. Y esto, independientemente del debate, lógico, de quien asegura que mejor hubiera sido trasladar un equipo médico a Liberia en lugar de traer a Pajares a España.
Pero no escribo para criticar a los mezquinos: demasiado evidente. Gruño contra las reacciones de 'los buenos' a la muerte de Pajares, los que hablan de un hombre solidario que dio su vida por los negros, dentro de esa imagen edulcorada que muchos, también muchos cristianos, poseen de los misioneros, a los que confunden con los onegeros. De entrada, aclarar que Miguel Pajares no dio su vida por los negros de África, dio su vida por Cristo sin confundir caridad con desinterés y sin confundir a la Iglesia de Cristo con una ONG. Porque sólo desde la caridad se puede vivir la solidaridad. Sólo desde la plenitud del amor a Dios se puede vivir la plenitud del ser humano.
Y por algo más. Recuerda Chesterton que el cristianismo fue "la solución a un enigma. No la conclusión última a la que se llega tras una larga discusión". Es decir, no fue un invento sino un descubrimiento. Como el de Cristóbal Colón.
Dicho de otra forma: era un tipo que sabía amar. Pero el amor no es destrucción, como equivocadamente nos cuenta Pedro Salinas en 'Razón de amor'. El que da su vida por Dios y por los demás es una hombre pasional, el último de los románticos, el hombre que exprime su vida porque merece la pena… y el hombre que vive la vida más plena. El hombre que sabe amar y por tanto ama la vida, no la conserva para sí. Marco Aurelio era un melancólico insufrible, Pajares era un hombre alegre porque había dado sentido a su vida… a costa de entregarla. Ni solidario ni puñetas: sabía amar. Porque la vida no se conserva se entrega, y entonces, sólo entonces, es cuando se gana.
Eulogio López
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